Cuando me casé por papeles

 

Al igual que la bella Denisse, yo tampoco pensé que me casaría en la vida. Nunca. Jamás. Me parecía una cursilería y un gastadero de plata para todo el mundo. Me fui de Chile, me instalé en Europa y con mi sudamericana existencia me convertí en occidental de segunda clase.

Hice todos los chanchullos inimaginables para alargar el visado de falsa estudiante que tuve por un par de años. Hablé con abogados, inmigrantes, locales y reporteé hasta el fondo mientras el gobierno de aquel entonces criminalizaba la inmigración y ponía todas las trabas posibles para poder vivir medianamente tranquila. Descubrí que me podían hacer una oferta de trabajo ficticia y con ella tramitar los benditos papeles para poder conseguirme un trabajo real. Una voltereta extraña pero en la Madre Patria, igual que donde sus vástagos, es más fácil conseguir una pega sin contrato que una con.

Me conseguí la anhelada oferta falsa pero una trágica mañana de invierno se estrelló en moto y murió. Luego llegó otra oferta de trabajo falsa pero resultó ser un cuarentón otoñal que quería pinchar conmigo más que ayudarme. Igualito al argumento de un culebrón: aprovechándose de la huasa.

Paralelamente a esto mi visado de estudiante estaba por vencerse y mi europeo ad hoc me decía: “venga ya, casémonos y se acaba el problema”. Yo me negaba indignada. No me iba a casar en la vida y mucho menos con mi novio.

Hasta que las opciones se acabaron junto con la legalidad de mi carnet de estudiante y tuve que agachar el moño y pedirle matrimonio a mi chico. “Tranquila, esto es una decisión política”, me dijo en un acto extrañamente romántico.

Tras otra investigación nos dimos cuenta que lo más rápido y fácil era casarse en Chile y luego legalizar la unión en España. Llamé a mi hermana y le hice jurar y rejurar que no podía contarle a nadie que me casaba, sobretodo a mi padres, y que me pidiera hora en el registro civil. Sabía que si a mi mamá le daba un margen de una semana era capaz de organizarme la boda real.

Aterrizamos en Santiago una soleada mañana de enero. Era miércoles y mis padres nos esperaban nerviosos e ilusionados por conocer a mi pololo. Les íbamos a contar que tenían un matrimonio en dos días más pero la ansiedad hizo que nos bajáramos una jarra de pisco sour en media hora y quedamos todos roncando al rato.

Pasó el día. Yo pretendía estar relajada. A mí esto de casarme me daba lo mismo pero estaba súper nerviosa ante la reacción de mis viejos. Me repetía a mí misma que mi familia lo iba a entender, que siempre terminan entendiendo todo. Mi hermana y mi cuñado esperaban ansiosos el minuto de nuestra revelación y mi papá y mi mamá estaban cada vez más tranquilos al darse cuenta que su hija menor vivía con un hombre bueno.

Hasta que llegó la noche. Estábamos sentados en el comedor y mi novio, al que toda esta historia le divertía mucho, comenzó con un largo discurso en el que hablaba de la “histórica lucha de los sedentarios contra los nómades…de la fortaleza Europea…de la criminalización del tránsito de personas…y es por eso que les pido las manos (sic) de la Angelita”.

Mis papás llevaban un buen rato tratando de entender el rumbo de este discurso migratorio y miraban mareados. Entonces rematé:

Nada, que nos casamos pasado mañana y si quieren van”.

Nunca en la vida ví a mis papás más sincronizados. A los dos se les cayó la jeta al mismo tiempo. Mi hermana no sabía si estallar en carcajadas o llamar una ambulancia. Hubo un silencio eterno hasta que mi mamá se dirigió al bar, vació una botella de whisky en dos vasos – uno para ella y otro para mi viejo- y se volvió a sentar.

¡¿Qué?!”, soltó.

Yo traté de explicarle que estaba ilegal y que me iba a casar para dejar de estarlo. En su cabeza no entraba que su hijita pudiese ser ilegal. La pobre preguntaba “¿y dónde está el amor?”.

Mi papá, que si le hubiesen regalado una guitarra en vez de meterlo a la escuela militar habría inventado el punk rock con décadas de antelación, estaba feliz. Él es un rebelde y esto lo encontraba súper divertido y consolaba a su mujer diciéndole “pero si igual se quieren”.

Al día siguiente aproveché de contarle a algunos amigos que me casaba y curiosamente todos quisieron ir al registro civil. Mi papá era lejos el más elegante. Declaró que había que “ponerle algo de seriedad a todo este asunto”. Una amiga me pasó un ramo de flores y entramos a la sala. La única solemne era la oficial. Al día de hoy veo fotos y todos estamos con ataque de risa. A la salida nos tiraron arroz integral.

Tras la boda vino la reacción de la gente. La cantidad de ofendidos por no invitarlos era sorprendente. Por más que les explicaba que no hubo tal, sino que un trámite ante una funcionaria y después un desayuno a la vuelta de la esquina, la gente estaba ofendida.

Mi abuela murió a los pocos días no sin antes avisarle a toda la familia que me había casado. Esto no es jauja m’hijita, debió haber pensado. En el funeral mis 11 tíos, 27 primos y sus tropecientos hijos me felicitaban mientras yo me sonaba los mocos de tristeza. A mi chico le tocó cargar el ataúd y en el almuerzo final el familión en pleno se puso a tararear el vals de los novios y el pobre terminó bailando vals con mi madre ante la negativa de la novia.

Así se cerró mi episodio nupcial. Han pasado los años y sigo pensando que el matrimonio se inventó por cuestiones prácticas y que el amor es otra cosa. Aún sigo casada con mi pololo y en Europa me tratan bien. No me arrepiento de nada. Sólo que a ratos pienso que me encantaría hacer una gran fiesta y celebrar que nos queremos mucho.

Oda al Aburrimiento

Apenas salimos por la moderna autopista austríaca empezaron los recuerdos. El auto era enorme y ya no daba más de maletas. Mi hijo iba en su sillita especial para guaguas y yo apretujada entre él y un cerro de bultos. La autopista no tiene peajes, todo está automatizado y el auto tiene unos reproductores de DVD en el asiento trasero para hipnotizar niños.

Sólo serán tres semanas de vacaciones y llevamos demasiadas cosas y nada cabe en este auto para familias numerosas. ¿Cómo lo hacían mis papás? Entonces esa Panamericana precaria, de una sola vía, enmarcada por animitas y perros muertos se instala en mi cabeza. Viajamos en un Fiat 600 color verde paco. Mi papá va a delante con las rodillas a la altura de las orejas y los pantalones le aprietan por la postura. Alguna vez se le han rajado. Seguramente va rumiando. Salir de vacaciones lo pone de los nervios. Se ha pasado horas intentando encajar maletas para un mes en la playa y la maniobra se le da pésimo. Mi hermana, la Ely y yo vamos sentadas sobre una montaña de sábanas y frazadas. Nada de sillitas para niños, a veces me siento sobre la falda de la Ely que me mima desde los seis meses. Ella y mi hermana son más altas y creo que casi tocan el techo. Mi mamá teje desde el asiento del copiloto con una sonrisa plácida que proyecta al infinito.

 

Partimos por la Alameda y mi papá grita algo belicoso al pasar por La Moneda y luego acelera. Salimos de Santiago y todo rastro de civilización parece esfumarse de un minuto a otro así como las malas pulgas de mi papá. Empezamos a reírnos, a conversar y a cantar. Mi hermana y yo preguntamos compulsivamente “¿Cuánto falta para llegar?”.

Pasamos por la Quebrada de las Chilcas y mi corazón se dispara de miedo y excitación porque quizás veremos al Ermitaño de Llay Llay. El auto termina la bajada y ahí está él, un ser café grisáceo de pies a cabeza parado como una estatua de barro sobre la berma. ¡Cómo nos gusta ese hombre! Especulamos sobre lo que come y donde duerme. Nadie se traga mucho eso de que es un médico traumatizado.

El destino está ya a 100 kilómetros y con los recursos existentes tardaremos como 3 horas en llegar. Aún falta la cuesta del Melón. Entonces mi papá acelera y acelera. Creo que está de pie sobre el acelerador. Hace maniobras osadas, insulta a todos los autos que se cruzan y batalla contra los camiones. Mi papá siempre ha sido así. Todo desafío se lo toma como a un enemigo al cual doblegar y así le ha ido con la computación…

En la cuesta hace caso omiso a las señales de tráfico. Quedar atascado detrás de un camión lento y pesado es una pesadilla. El Fiat 600 va como una pulga. Me divierte mucho ver como conseguimos hacernos paso entre ese desfile de elefantes.

Hasta que nos para un paco. Documentos, por favor, dice el oficial antes de recitarnos la lista de infracciones que ha ido anotando desde la vista privilegiad que le da la cima de la cuesta. Mi papá se indigna. Gesticula. Grita. Le dice ¡Asesino y torturador!, y todo el asiento trasero tiembla por su destino. Tengo pánico que hagan desaparecer a mi papá. Además, su apellido empeora las cosas.
Mi mamá, sigue tejiendo serena y sonriendo nos dice:

“Tranquilas niñitas. En la Unidad Popular les decía comunistas de mierda”.

Milagrosamente mi papá sigue con vida y continuamos el viaje. Entrando al peaje les dice: Cafiches del Estado mientras espera esa boleta rectangular con un dibujo que me encanta coleccionar.

Sacamos el Condorito y nos ponemos a leer los chistes en voz alta. Mis padres no lo pueden soportar y nos inventan concursos. El ‘Cuántos escarabajos amarillos vemos’ es entretenido pero no tanto; ‘Quién ve primero el mar’ me encanta hasta el día de hoy pero el más eficaz para los fines silenciadores es el Juego de la Pastilla. Consiste en meternos un dulce en la boca y gana al que le dura más. Para eso hay que dejar la boca como momia. Salivar te juega en contra. Nos quedamos así lo que queda del viaje. A ratos mi viejo grita:¡Piloto Automático! mientras aprieta el encendedor y suelta las manos del volante. Las de atrás gritamos de miedo.

Desconozco si estos recuerdos se ajustan medianamente a la realidad. Pero sí creo que esos eternos viajes a Pichidangui, sin más recursos que la humanidad, me ayudaron infinitamente a desarrollar la imaginación.

¿Se quiere más a los hijos ahora que antes?

Es que hoy en día uno quiere mucho más a los hijos. Te aseguro que mi abuelo no quería tanto a mi padre”, dijo una noche el flamante progenitor de dos niños mientras terminaba su cerveza.

La aseveración me dejó pensando. Pasaron los meses y no se me fue nunca de la cabeza. La mezclé con el experimento que me hizo hacer N unos años atrás. Mi amigo N había tenido a su primera hija y estaba literalmente en llamas de amor. Me contó segundo a segundo lo que sintió en el parto y me dijo:

Es lo más heavy que me ha pasado en la vida. Mucho más que cualquier droga. Pregúntale a cualquier hombre y te dirá eso. Pregúntaselo a tu papá”.

Esa última frase me dio risa. Tenía clarísimo lo que me iba a encontrar cuando fuera a preguntarle a mi papá que qué era lo más “heavy” que le había pasado en la vida. Y para allá partí.

– “Hmmm, creo que cuando descubrí el campamento del Che Guevara”, me dijo después de pensarlo un rato.

– Vamos papá, dime otra cosa.

– “Hmmm. Bueno, cuando descubrí que habían asesinado al Che y que no había muerto en combate, como decían los militares”, contestó.

– “¡Pero papá, eso era trabajo, busca otra experiencia más existencial!”, lo urgí

– “A ver….¿Cuando naufragué aferrado a la tabla de windsurf en medio de Pacífico?”, me preguntó ya medio aturdido.

– “¡Pero no!, tienes que decir que cuando fuiste padre”

– “¡Ah!, pero eso era parte de la vida misma”, dijo como si nada.

Que nadie se escandalice. Yo viví la escena como lo más normal del mundo y mi hermana, cuando se la conté, se echó a reír. Nada de traumas. Porque mi viejo pertenece a la generación donde tener hijos era parte del guión existencial, entonces, lo de ser padre no viene a ser para él como lo más “heavy” que le ha pasado ya que sabía que le iba a pasar.

No dudo ni por un momento que ama a sus hijas y que esto ha sido algo muy importante en su vida, pero mi papá, como muchas otras personas, siempre supo que esta ola venía y el factor sorpresa ha sido más “heavy” en su vida.

Yo en cambio soy de otro lote. La idea de la maternidad permaneció estacionada en algún rincón de mi cabeza por años a la espera del llamado instinto maternal que se negó a llegar. Mis amigos procreaban y yo ni cosquillas. Entonces me fui de Chile, dejé pariendo a toda mi gente y caí en una tierra de maternidad esquiva que me vino como anillo al dedo. No pensaba en niños. De echo, me aburrían profundamente. El instinto maternal nunca llegó y la satisfacción con la vida que llevaba sin hijos se mantenía incólume.

Decidirme a ser madre ha sido un gran tema. Jamás fue algo que esperé durante años o con lo que fantaseé. Nunca tuve pololos con lo que especulé acerca de hijos o le puse nombres a los hipotéticos niños. Nunca. Conozco mucha gente que ha renunciado a la maternidad y están muy tranquilos, son buenas personas y viven si amargura. Muchas veces me pensé más en ese grupo que en el que estoy ahora.

Entonces, tener un hijo vino a ser una inversión emocional más que un llamado de la naturaleza. De natural, nada. De instinto, las huifas. La maternidad ha sido una de las decisiones más pensadas y conversadas que he tomado en mi vida. Tanto como para considerarlo lo más “heavy” que me ha pasado hasta ahora ya que nunca me imaginé que este momento llegaría ni cómo me iba a afectar.

Soy devota a 57 cms. de vida, giro entorno a 4 kilos 200 gramos de existencia. Cuando mi hijo duerme no hago más que mirar las fotos que le he sacado durante el día y son contadas las ocasiones en que con mi pareja hablamos de otra cosa que no sea del niño.

Antaño la procreación no era una opción. En el minuto que podemos optar, toma otro peso. No sé si se quiere más a los hijos ahora que antes, pero en mi caso, de haber tenido hijos como parte de un guión, sin pensármelo, creo que no habría visto la vida con la nitidez que la veo ahora.

Parir en Cataluña

Pensé en escribir una columna sobre lo agradable de ser adulta y embarazarse en Barcelona, donde mis 37 añitos me hacían pasar como un primor. “Eres joven y estás sana”, me repetían los médicos y matronas al pasar y yo recordaba mi reciente paso por Chile donde la gente, tras someterme al interrogatorio de rigor, me preguntaba por la edad y luego lanzaba un silencio otoñal.

Pero no, voy a contar el parto mismo. En estos días en que el excelente sistema de sanidad público español sufre los terribles recortes económicos que peligran con dejarlo cojo y en desmedro frente al privado, quisiera contar mi experiencia en un hospital catalán y la fortuna de parir aquí.

 

“La semana previa al desalojo me sometí a tres sesiones de acupuntura -la última rayana en la tortura china-, caminatas nocturnas de 6 kilómetros y hasta tres litros diarios de una infusión de hojas de frambuesa y canela que se suponía mágica. Nada de eso funcionó”.

Tras 42 semanas y tres días de gestación, finalmente nació mi primer hijo en un hospital público de Barcelona una madrugada de marzo recién pasado. Hasta allí habíamos llegado con mi pareja una tarde de domingo con la misión de inducir el parto, que en jerga médica viene a significar un desalojo forzado a punta de proctaglandinas primero y oxitocina después. Nada de parto natural ni en casa ni nada por el estilo.

Todos los esfuerzos para que el parto fuera normal, así como en las películas, con contracciones en la casa seguidas por el rompimiento de aguas y métale más contracciones y respiraciones ad hoc, fueron en vano. La semana previa al desalojo me sometí a tres sesiones de acupuntura -la última rayana en la tortura china-, caminatas nocturnas de 6 kilómetros y hasta tres litros diarios de una infusión de hojas de frambuesa y canela que se suponía mágica. Nada de eso funcionó. Tuve unas contracciones simpaticonas – las bauticé como Baxter Keaton– que no son las oficiales pero al menos algo que a mí me daban ánimos.

Pues íbamos en que  llegamos ese domingo a las cuatro de la tarde con el propósito de salir de ahí con un hijo entre los brazos y sin cesárea. ¿Por qué sin cesárea? Pues porque en buen español son un coñazo generalmente evitable, donde se somete a la madre a una cirugía mayor de la que tarda cerca de un mes en recuperarse tras parir a un lactante que la necesita buena y sana. Se sabe que se practican muchísimas más del 15% estrictamente necesario recomendado por la OMS, que la gran mayoría están motivadas porque los médicos las ven como lo más rápido, eficaz y seguro en términos quirúrgicos desoyendo el origen fisiológico del parir.

Además, lamentablemente hay que agregar que como son cirugías les pagan más que por un parto normal, las pueden programar y así ordenar su agenda. Desgraciadamente hay médicos así. Sobretodo en el sistema privado.

El panorama no era muy alentador. Mi cuerpo no estaba por la labor de parir normalmente así que había que estimularlo con drogas sintéticas. A la ausencia de contracciones había que sumarle la casi nula dilatación como para empezar el trabajo de parto, así que el fantasma de la cesárea sobrevoló todo el tiempo. Tiempo que no fue poco, sino que 32 horas en las que conocí cuatro turnos médicos que estuvieron siempre conmigo y mi pareja -ambos primerizos e inmigrantes-, acompañándonos, dándonos información y opciones y sobretodo esperando pacientemente sin sucumbir a la ansiedad del cuchillo fácil, entendiendo que hablábamos de un niño que iba a nacer y que si había esperado más de 9 meses, bien podíamos esperar las horas necesarias mientras ambos estuviéramos fuera de riesgo. Un parto normal siempre sería lo mejor para los dos.

Y así fue. Narrar las 32 horas tiene episodios tan cómicos como gore que no vienen al caso. Es parto mismo fue rápido y eficaz y mi hijo nació sano y contento. No me hiceron la episiotomía (el corte en la zona del perineo) ya que procuraron masajearlo durante el parto para que no hubiera desgarro. Aunque parte rutinaria del protocolo occidental, la episiotomía es necesaria sólamente entre el 10% y el 30% y no hacerla te ahorra problemas que podrían joder el placer sexual por un largo tiempo.

La atención fue de primera y me saco el sombrero por las matronas que son una liga promadre a parte a las que hay que darles todo el poder que necesiten.

Finalmente estamos aquí felices mi hijo, su padre y yo. Felices con poco sueño. Felices pagando impuestos.

Histeria, el origen del bien

“Las pacientes diagnosticadas con histeria femenina debían recibir un tratamiento conocido como “masaje pélvico” – estimulación manual de los genitales de la mujer por el doctor hasta llegar al orgasmo, que en el contexto de la época se denominaba “paroxismo histérico” al considerar el deseo sexual reprimido de las mujeres una enfermedad. […] El único problema era que los médicos no disfrutaban con la tediosa tarea del masaje. La técnica era difícil de dominar para un médico y podía tomar horas llegar al “paroxismo histérico”. Derivarlas a las comadronas era una práctica habitual…”

vía Wikipedia

Y así fue como nació el primer vibrador en la Inglaterra moralista, misógena y perversamente victoriana del siglo XIX, para curar a estas mujeres “que causaban problemas”.

A propósito de este hecho nace la comedia romántica “Hysteria” que en octubre comenzarán a rodar en Londres la deliciosa Maggie Gyllenhaal junto a Hugh Dancy.

“Termino teniendo un romance inesperado con un chico que trabaja para mi padre y que por error inventa el vibrador”, ha adelantado la actriz.

Bola extra: Lady Clankington’s y sus dildos victorianos.

Sobre David Foster Wallace

Desde la BBC ya no se puede escuchar Ednotes: David Foster Wallace,  el documental radial sobre el escritor estadounidense quien apareció ahorcado en diciembre de 2008.

Afortunadamente hay varios lugares en la web donde se puede escuchar este espléndido trabajo donde hablan el mismo Foster Wallace, Don DeLillo, Rick Moody, Mark Costello, Michael Pietsch, Bonnie Nadell y Amy Wallace.

Aquí está para disfrutarlo.

Kind of back

(C) Heidi Lender

Ha pasado casi un año desde mi desaparición por estos lares.

Tras el terremoto chileno, regresé a BCN y estuve todo el 2010 currando con las amazonas de La Ex en la organización de uno de los proyectos más bonitos en los que he currado: El FCForum. Y de bola extra, también tuve mis cameos con Los Oxcars.

Luego, y para cerrar el año, estuve con mi viejo e imperecedero amor, el In-Edit.

Entremedio, me invitaron a participar en Belelú. Donde he podido dejar una antojadiza y agradable huella.

Sí, el 2010 ha sido un año de grandes proyectos. Y marzo un mes para cosechar. Hace unas horas, La Ex ha aparecido en este planeta para absorber EXGAE y hacerse más fuerte, más dinámica y más hinchapelotas.

Ahora viene mi otro gran y mega proyecto. Pero de ese no se nada. Sólo que me tiene un mono decorativo y manitas pa’ flipar.


Póngale nombre al niño

No recuerdo haber dado nunca una noticia que generara tanta alegría a tanta gente a la vez. Anunciar que uno está embarazada, cuando la cosa es deseada y el panorama amable, es como lanzar una bomba de felicidad y todos quedan contentos. Pero esa misma reacción global encierra un truco; pareciera ser que el jolgorio desatado en el entorno más cercano convierte el tema en algo patrimonial, en algo de todos cuando no lo es. Tener un hijo es y será SIEMPRE un asunto personal.

Dejemos de lado el que no hay mano que no te manosee la guata, olvidemos el interrogatorio ad hoc o la lluvia de testimonios que no has pedido y que van desde las más dulces descripciones hasta la escenas del más puro gore pre y post natal. Hay algo de lo que no zafarás y ese es el del nombre del crío.

Recuerdo que una amiga austriaca, embarazada de unos 7 meses, me dijo: “Ya tenemos el nombre pero no lo diremos hasta que nazca”. En mi ingenuidad creí que la medida respondía a la paranoia de privacidad propia de esa cultura. Por entonces yo tenía como 4 meses y aún mi frase “no tengo nombre” no despertaba la ansiedad de la galucha. Pero no, ahora lo veo como de las decisiones más sabias que he escuchado.

Con el nombre de tu futuro hijo todos opinan. Si dices que no lo tienes definido se entiende como una invitación a la lluvia de ideas donde caen y caen y caen nombres hasta el aturdimiento. Luego, cuando respondes que estás decidiéndote entre ciertos elegidos, el público lo toma como si fueran jurados en semifinales.

Ay no, ese es feo”, o “¿Por qué no mejor XXX, que es tan bonito” o “Pero si le pones así le van a decir asá…” y un interminable, agotador, impertinente y abrumador etcétera.
La mejor (y menor) de las veces, la gente te apoya. Generalmente quienes han pasado por ese trance. En el común de las ocasiones hay miles de peros y todas las versiones del rechazo.

Y claro, esa misma gente que opina en un tema para uno tan personal e íntimo es la misma a la que no puedes opinarle de vuelta en asuntos como en el nombre que ellos escogieron para sus hijos o la vida que han decidido tener o las oportunidades que han dejado pasar o el corte de pelo que le ha jodido la cabeza o que su casa es más fea que el hambre. No puedes contraopinar porque sencillamente ellos no están embarazados, ergo, se ubican en un lugar no patrimonial.

“¿Y lo quieres tener?”

Cuando crucé el umbral de esa oficina pública, en la calle hacía un calor infernal. Era pleno mes de agosto y Barcelona dormitaba entre la humedad y los comercios cerrados. La mujer con delantal blanco, que aquí toma el nombre de comadrona, me hizo pasar y mientras entraba le dije que creía estar embarazada.

“¿Y lo quieres tener?”, me soltó de vuelta.

La pregunta fue su reacción natural. Le salió como esas respuestas automáticas que parecieran haber abandonado el contenido a lo largo de su existencia, una pregunta sin peso. Me miraba serena. Yo sostenía su mirada alucinando con su naturalidad, intentando buscar algún rastro inquisidor, algo acusativo, como si tanta tranquilidad me generara una desconfianza atávica y en cualquier momento me saltarían encima los fanáticos de algún movimiento pro vida.

 

Pero no. Genuinamente me lo estaba preguntando, como quien le lee sus derechos a un detenido: “Tiene derecho a abortar si le parece”.

“Sí”, le contesté.

“Pues felicitaciones”, me dijo y comenzó a sacar fichas y formularios y hacerme preguntas en una coreografía médica que sabía de memoria. Si le hubiese contestado que no, que no deseaba ese embarazo, seguramente la danza de papeles hubiese sido igual pero con formularios de otros colores.

La mujer seguía ágil, con la misma alegría y tranquilidad con la que me llevaba atendiendo hacía 5 minutos. Yo estaba aturdida, con toda mi chilenidad a cuestas.

Durante los años que llevo aquí me he tomado un par de veces la píldora del día después en el consultorio de mi barrio sin mayores problemas y he conocido personas que hablan del aborto sin rollos ni dramas, sino como una opción más.

Por eso impresionó que la actitud de la comadrona me descolocara. No es que en España no haya problemas con el aborto o la píldora del día después. No es que en España no haya movimientos de católicos radicales en activo criminalizando los derechos reproductivos. Pero el sentir la tranquilidad y la disposición de un profesional, el vivir en carne propia que te traten como a un adulto y que la responsabilidad es tuya mientras el Estado te ampara es algo que, sexualmente hablando, no había vivido.

No supe cómo explicar mi asombro hasta que en diciembre pasado fui de vacaciones a Chile y asistí al pobre debate del aborto terapéutico. Las insolencias, la misoginia, la ignorancia y el fanatismo religioso por sobre el laicismo, por sobre la mujer, por sobre mi vida me recordó que ese era el escenario en el que yo había crecido. Ese era el país y el discurso que estaba acostumbrada a escuchar y que había calado tan hondo en mis derechos más íntimos que, sin darme cuenta, me sorprendí cuando me trataron con dignidad.

La madre que no quiero ser

La maternidad tardía tiene la gran ventaja que has ojeado una vasta infinidad de experiencias de otros. Así que aquí van algunos apuntes de las cosas por las que no quiero y espero no caer:

Espero no convertirme en una proselitista de la maternidad. No quiero entrar en esa perversa sintonía que han entrado muchas de mis amigas/os (y no tanto) que, tras la maternidad, comenzaron a acosar con propaganda uterina a todas las que no nos embarazábamos.

Pretendo no pisar ese pedestal de arrogancia desde donde muchas madres hablan hacia las no madres con la sabiduría del que se dirige a un analfabeto.

Que la vida me ilumine para no caer en la lactancia eterna, donde el niño que ya camina, va hacia la teta, la saca y mama sin pedir ni permiso e interrumpiendo conversaciones entre adultos.

Notas mentales:
La gente no tiene por qué chuparse las impertinencias o la mala educación de tu hijo porque tú consideras que “es especial”.
Recuerda que hablar de tu hijo por más de 20 minutos no es tan divertido para el resto.
Los niños sin límites son repelentes.

Espero no achacar los kilos de más como “del embarazo” cinco años después de haber parido.

Ojalá que no caiga en la locura de compartir 400 fotos mensuales de una guagua que ni habla, sacarle un mail, ponerla al teléfono cuando me llaman a mi, etc

Ritchie+Law= morbo

Como es ya tradición comercial, las grandes firmas apuestan por cortometrajes con realizadores y grandes actores para promocionarse.

Esta vez fue Dior quien llamó al ex de Madonna, el cineasta británico Guy Ritchie para dirigir un pequeño film sobre su línea de perfumes masculinos.

El protagonista es Jude Law, su Watson en la última versión de Sherlock Holmes.
También actúa la debutante (e infartante) Michaela Kocianova.

Y así quedó, para suspirar un buen rato.

Los límites de la intimidad

Creo que mis primeros choques culturales fueron relativos a eso. La hermana de un amigo teutón estaba embarazada y no le iba a contar a nadie hasta pasados los tres meses. Yo no lo podía entender. Primero no entendía cómo se podía aguantar y luego no lograba entrar en mi cabeza cuál era la razón de tanto silencio.

Otra imagen que tengo es hacer aquí uno de mis primeros curriculums y poner que era soltera. “¿Y eso qué tiene que ver?”, me preguntó un amigo español. No se me había ocurrido que no había que ponerlo, que no sumaba ni restaba nada a mis capacidades. Tenía clavada una entrevista laboral en EMI Chile en que el señor de Recursos Humanos me interrogó buena parte de la entrevista de por qué no tenía novio y si quería casarme y luego tener familia. Y otra igualita para hacer ¡la práctica! en El Mercurio.

Los años fueron pasando conmigo en Europa y cada vez que iba a Chile comenzaba a sentirme más incómoda por las preguntas que en mi día a día no tenía que contestar nunca. También empezó a chocarme el tratamiento de la prensa; sin cubrir la cara de los niños o esconder sus nombres. O la cobertura sobre juicios en proceso, condenando a la gente anticipadamente tan sólo por exponer todos sus datos.

En las campañas políticas en Chile se saca a toda la familia, amigos y conocidos. En España, al político y como mucho a la esposa. En Portugal, los candidatos no comparten ni siquiera la sonrisa.

En España todos hablan en la calle de que si han follado o no, o que si les gusta tal o cual postura sexual con total despapajo. En Cataluña, enumeran a viva voz cuántas veces han cagado y el tamaño. En Chile, ninguno de esos temas se dan con tanta soltura Se ponen límites. Pero si uno conoce a alguien probablemente en 20 minutos te contará el drama de su vida. En Barcelona, después de 48 reuniones quizás te tira una sinópsis censurada.

Aún así, en las conversaciones que uno oye al pasar tanto chilenas como ibéricas, siempre se está hablando de alguna persona. En Austria, Alemania o Inglaterra, rara vez.

La ruta de divorcio en Hispanoamérica

Para entender el culebrón que viene a continuación hay que tener presente siempre a la Iglesia Católica. A nuestra región no sólo la une la conquista española y por ende una misma lengua, sino que un credo que recorre kilómetros de ríos, montañas, océanos y se mete hasta en nuestra cama. Y es así que en 200 años de vida independiente, la batalla por la autonomía afectiva empezó en Costa Rica hace 124 años y terminó en Chile hace tan sólo 6.

Buscar cómo empezó el divorcio en Latinoamérica es algo bastante cómico porque, aunque sorprende que casi 10 países hicieron sus intentonas ya en la segunda mitad del siglo XIX (Guatamela hasta dicta una en 1830 que dura tan sólo 8 años), las promulgadas y derogaciones son tan frecuentes como esas relaciones de terminar-volver-terminar-volver.

 

En muchos casos donde se reconocía el divorcio, este no permitía volver a casarse. Como una tarjeta roja en el partido de la vida. Otras veces, te dejaba congelado unos años antes de poder volver a casarte.

Gran parte de los países caribeños son los que impulsan las primeras leyes. Fue Costa Rica en 1886 el primero de todo Hispanoamérica. Me arranco con los tarros y a modo de especulación creo que la sangre caliente y el componente africano pesan para que el divorcio sea tema político desde tan temprano, aplacando la fuerza del clero

Uruguay, en 1907, es el primer país de Sudamérica en tener una ley definitiva, el primero en considerar además a la mujer dentro de las interesadas en requerirlo. Cómica es la primera ley de Nicaragua que establece que el divorcio es sólo lo puede pedir la parte inocente.

La madre patria por su parte, metida en su desaguisado de reyes y reinos, comienza con lo de la indisolubilidad del matrimonio hacia fines de la Edad Media (s. XIII), con el derecho canónico imponiendo esta idea. Si bien en 1931, con la proclamación de la República se discute es legalizada al año siguiente. Pero con con la dictadura moralista y católica de Franco esta ley, y todo liberal de ese experimento que devino en guerra civil, queda derogada y no es hasta 1981 que no tienen una ley. Hoy en día España, pese a ser el segundo país del mundo en exportar trajes de novia, es el que más se divorcia en la Unión Europea. Tienen hasta “divorcio express”.

Bolivia es el penúltimo país en conseguir una ley de divorcio aunque ya tenían una ley pero que no permitía volver a casarse desde 1931. Chile llega al nuevo milenio sin ley de divorcio. En mayo de 2004 se convierte en el último país en permitir que dos personas terminen por la vía legal el contrato conyugal que los une.

No por nada en Israel, cuando quieren decir que algo es definitivo y para toda la vida lo llaman así: matrimonio católico.

Para más información, Miguel Ángel Núñez ha hecho una excelente recopilación de artículos sobre este tema.

Cantando bajo la esvástica

La historia fundacional del Chile mestizo es la historia de la inmigración. Europeos que se escapaban de la hambruna, la injusticia, las guerras y buscaban nuevos horizontes. Inmigrantes chinos y orientales que traían como esclavos a construir trenes. No faltó mucho tiempo cuando desde esa lejana tierra comenzaron a salir habitantes en busca de una mejor vida. Muchos hacia Europa. Ha pasado siempre y sigue pasando ahora y como la historia la cuenta los vencedores, casi desconocemos el volumen y las historias de todos aquellos compatriotas que dejaron Chile.

La de Rosita Serrano es la historia de una inmigrante chilena quien curiosamente la descubrí una tarde en Berlín gracias a otro inmigrante chileno, el Lolo Mario, uno de los personajes más fascinantes que ha engendrado nuestra tierra ingrata y que de paso tiene la colección de vinilos de música chilena más exquisita y extensa que exista. Me contó mientras chupaba un mate que se había obsesionado con Rosita Serrano.

 

¿Quién era ella? Una joven con cantar de pájaro llamada María Martha Esther Aldunate del Campo que llegó junto a su madre, a los 22 años, a la Alemania tres años antes que estallara la segunda guerra, hechizando a la jerarquía del poder que no era menor. Eran los nazis.

Era una época donde no se podía silbar en los escenarios. Simplemente no se hacía. Pero ella se lanzó con su cantar de agudo, su silbar de golondrina y comenzó a buscarse la vida. Rápidamente se cambia el nombre al de Rosita Serrano, firma con un sello llamado Telefunken quien le despeja el camino por las radios y escenarios, hasta llegar a cantarle al mismísimo Goebbels.

Rosita Serrano hechiza a los líderes nazis. Le abren sus puertas y comienza a rodar películas y hace discos y llena teatros. La bautizan como el Ruiseñor Chileno. Veo esas imágenes y la chilena, con grandes salvedades y en otra época, es una suerte de Carmen Miranda pero que compite en popularidad con la Dietrich, quitándole todo guiño sexy.

El documental “Rosita Serrano, die chilenische nachtigall” (“Rosita Serrano, el ruiseñor chileno”, 1988), dirigido por el alemán Dietmar Buchmann, subtitulado al castellano por el gran Lolo Mario y exhibida en Santiago durante el festival de documentales In-Edit de 2008, agarra material de los años gloriosos de la viñamarina y la reencuentra años después, viviendo con su marido en algún lugar de Europa. Es altiva, elegante, con modos de diva. Allí está un fan que ha coleccionado cada cosa de ella con devoción.

Rosita Serrano explica su paso por el nacionalsocialismo. Dice que no tenía idea de lo que estaba pasando y que tan poco era lo que sabía que tras dar unos conciertos en Suecia en beneficio de los judíos en plena guerra, se le acabó el glorioso manantial de Führer y pasó a ser una persona non grata. Se exilió en Suecia, de ahí fue a Estados Unidos dispuesta a internacionalizar su carrera y terminó en Chile, donde murió en 1997. Dicen que murió en la pobreza. Pero siempre dicen muchas cosas.

Sáltate la anécdota

El terrible accidente de la mina San José dejó en claro varias cosas que deberían ser el pilar de la reflexión de país más allá del rescate y de “el lado humano” que tanto nos gusta y desvía del análisis.
1) Que en Chile hay muchísima gente trabajando en condiciones infra humanas (mueren más chilenos por accidentes laborales que por la delincuencia)
2) Que la gente está desesperada por la plata (tanto los mineros para aguantar un trabajo que sabían peligroso como los dueños por no invertir en las medidas necesarias que lo harían más seguro)
3) Que tenemos funcionarios corruptos en el aparato estatal, dispuestos a aceptar coimas y, en este caso, dar el permiso para reabrir una mina que clausurada por peligrosa.

Con lo de Punta de Choros es lo mismo. Más allá de que la funcionaria estatal catalogora en una sms de “hippies de mierda” a los manifestantes, más allá del caso puntual de dicho parque natural, incluso más allá de si el presidente se saltó la institucionalidad o si se ofendieron los inversionistas extranjeros, la discusión de fondo debería ser acerca de nuestra política ambiental.

¿Tenemos una política medio ambiental de acuerdo a estándares modernos de sostenibilidad?, ¿Qué riesgos y/o beneficios a largo plazo han traído otros proyectos que sí se han aprobado?; ¿Qué proyectos hay en marcha y que conviene revisar? ¿Qué tipo de energía queremos? ¿Qué tipo de energía podemos permitirnos?

Tras vivir en Alemania y ¡hasta en España! puedo afirmar que Chile es un país donde no hay cultura medioambiental. Contaminamos y mucho y esa contaminación no es aún parte de discurso público y de la necesidad de cambiarlo. El hecho de que la capital tenga un aire del terror, con niños con problemas respiratorios desde que nacen y todos pasándolo pésimo durante 4 meses al menos, es sintomático.

Veo que mi generación y las más jóvenes ya tienen otro chip y la ecología es prioritaria. Las mujeres, además, jugamos un rol clave. Somos las que al final del día elegimos qué se comerá en casa y queremos estar seguras de la salud de nuestra familia. Gran parte de movimiento ambientalista en el mundo vino de las mujeres quienes estaba preocupada de la salud del aire y el agua del entorno.
Las cosas no sólo pueden cambiar sino que tienen que hacerlo.