Mi extraordinaria ex jefa sugirió escribir el obituario de Mario Benedetti durante algún mes del año pasado. El poeta uruguayo había tenido una crisis de salud, olía a autopsia y había que despedirlo, enterrarlo y recordarlo. «Ayer maté a Benedetti», me repetí durante todo el día siguiente cuando los teletipos anunciaban la mejora en la salud del vate.
No es fácil hablar en pasado de alguien que está vivo y que además le tienes aprecio. Para mí Benedetti fue el poeta de la adolescencia, cuando nos gritábamos el No te salves a la cara o nos prometíamos que usted puede contar conmigo. No era el más grande, pero pucha que era pop.
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Hacía tiempo que el uruguayo Mario Benedetti (1920-2008) estaba triste y sólo su pasión por el fútbol le devolvía la alegría. A veces lo hacía la escritura, «pero según el estado de ánimo es mi jardín o mi guarida» dijo hace un tiempo.
Su mujer, la compañera de los años más duros del exilio político en los ’70 y de las glorias literarias había muerto tras un devastador Alzheimer unos años antes y a Benedetti se le llenaban los ojos de lágrimas tan sólo recordar su partida. Sigue leyendo