La Madre de Beck

De niña yo acostumbraba a jugar a “el susto”, que consistía en encerrarme en una pieza oscura con mi gran amiga M., poner un cassette de Neruda o de la Mistral recitando, y aguantar hasta que el miedo nos disparara hacia afuera. Nos daba pánico la manera que tenían de recitar. “El susto” duró un rato hasta convertirse en aburrimiento y comenzamos a usar a los vates para ver si podíamos acortar la espera del 24 de diciembre y pegarnos una siesta. No volví a oír poesía hasta que Zurita me correteó en la intentona (aunque Redolés me reencató). Todo hasta el domingo pasado.

Mientras La Rambla parecía un manicomio futbolizado, con miles de fanáticos celebrando hasta la locura el triunfo del Barça, en un palacio aledaño a la mítica calle se celebraba un encuentro de poesía. Lo llamaron The Ugly Americans (Los americanos feos). Allí, entre el sonido atronador de cohetes, petardos, trompetas y chillidos, cuatro gringos desplegaron un desgarro artístico y creativo que para los que asistimos, pareció eclipsar todo lo demás.

Fue la incombustible Lydia Lunch (de quien me referiré en extenso en otro post) quien reunió a los tres restantes. Se trataba de los poetas Bryan Lewis Saunders, Eugene S Robinson (boxeador, escritor, mino infartante y músico) y Bibbe Hansen. Y es de ella de quien quiero hablar.

Rubia en sus cincuentailargos, Hansen recitó sus trabajos con humor e ironía para terminar envolviéndose la cabeza con cinta adhesiva como una momia. Pelo incluido. Luego se la quitó con fuerza -pelo incluido- y se despidió con una gran sonrisa. Hubo un destello de niña, de juventud tatuada, que me hizo buscar más información sobre ella y me encontré con que era madre de BECK.
Esto sólo sirve para señalar que su útero+ su cabeza+ su espíritu= gran creador.

Hija de Al Hansen, uno de los artistas más reconocidos del movimiento artístico Fluxus (al que perteneció Yoko Ono), Bibbe comenzó a despuntar en el underground de Nueva York a los 13 años. Junto a su yunta, Janet Kerouac (hija de Jack) formaron la banda The Whippets y hasta grabaron un disco. Su padre la llevó a la Factory de Andy Warhol, donde Eddie Sedgwick le enseñó miles de trucos de maquillaje mientras jugaban ciegas de speed. Andy le hizo el primer screenshot a los 13 y luego la inmortallizaría en cuatro películas: Prison (junto a Sedgwick), Restaurant, 10 Beautiful Girls y 10 More Beautiful Girls. También trabajó para John Mekas.

Hasta los 18 tuvo una relación intermitente con reformatorios de menores que inspiraron la primera película de Warhol. De hecho en Prinson Edie y Bibbe aparecen en una celda vacía, sentadas sobre una caja y la menor relata sus experiencias en cárceles infantiles. Las guardias de la prisión entran y les roban sus cosas y la cámara permanece estática. Era salvaje, le gustaban las drogas duras y era básicamente una pesadilla menor de edad con ganas de comerse el mundo. Se casó. Lo cambió por uno 15 años menor con quien sigue hasta hoy y se ha dedicado a las performances, las artes visuales, la música y el resultado de todo aquello cuando entra la literatura: el spoken word. Ha sido capaz de mantener su pasión por el arte y una desprejuiciada mirada frente al mundo que la ha llevado a trabajar con bombásticas estrellas como la dragqueen Vaginal Davis o regentar un legendario Troy Cafe, un lugar de culto en el centro de Los Ángeles durante los 90.

Hansen es un alma libre y generosa y tras haber comido del mundo precozmente parece que su rictus recupera una infancia que aparcó con anfetaminas. Ha sido la comadrona de los partos de su hija. Rinde culto a la Factory, Fluxus y todos aquellos que cultivaron y apuestan por la libertad creativa. Es un testigo viviente de lo mejor del punk de los ’60 y ’70.
Actualmente escribe sus memorias.

Así maté a Benedetti

benedetti9Mi extraordinaria ex jefa sugirió escribir el obituario de Mario Benedetti durante algún mes del año pasado. El poeta uruguayo había tenido una crisis de salud, olía a autopsia y había que despedirlo, enterrarlo y recordarlo. «Ayer maté a Benedetti», me repetí durante todo el día siguiente cuando los teletipos anunciaban la mejora en la salud del vate.

No es fácil hablar en pasado de alguien que está vivo y que además le tienes aprecio. Para mí Benedetti fue el poeta de la adolescencia, cuando nos gritábamos el No te salves a la cara o nos prometíamos que usted puede contar conmigo. No era el más grande, pero pucha que era pop.

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Hacía tiempo que el uruguayo Mario Benedetti (1920-2008) estaba triste y sólo su pasión por el fútbol le devolvía la alegría. A veces lo hacía la escritura, «pero según el estado de ánimo es mi jardín o mi guarida» dijo hace un tiempo.

Su mujer, la compañera de los años más duros del exilio político en los ’70 y de las glorias literarias había muerto tras un devastador Alzheimer unos años antes y a Benedetti se le llenaban los ojos de lágrimas tan sólo recordar su partida. Sigue leyendo