La cola para ver a Haruki Murakami era casi más larga que la de Extranjería o la del Inem. Pero claro, era Murakami así que valía la pena aunque la entrevistadora fuera una cineasta, Isabel Coixet, que hace publicidades melodramáticas de 120 minutos que a algunos les gustan y a otros no.
Un buen entrevistador no tiene por qué ser un periodista ni un crítico literario, pero sí debe seguir pequeñas pautas como hacer sentir cómodo al invitado, defender las preguntas, profundizar, contrapreguntar y no olvidar nunca que él es sólo un medio, no el plato de fondo.
Bueno, Isabel Coixet, quien parece ser muy simpática, extrovertida y querida por sus compatriotas, olvidó una a una todas esas directrices básicas no sólo de un entrevistador sino de un buen conversador, bañando la velada de preguntas vacías que no llegaron a puerto y tiñiéndolo con su avasalladora presencia sostenida en chistes de humor fácil.
Ahí quedó en el aire el por qué para Murakami, sus personajes literarios favoritos son uno de los hermanos Karamasov y «un insecto que Chandler describe a lo largo de dos páginas». También el qué sintió cuando tuvo que irse a Estados Unidos porque en Japón no gustaba su literatura. No hablamos de dos países a la azar. La historia de Japón y Estados Unidos están unidas trágicamente por la Segunda Guerra Mundial que acabó tan sólo tres años antes de nacer el escritor.
Incluso, dejando Iroshima y Nagazaki de lado, el hecho que un hombre capaz de escribir Tokio Blues se declare una persona «optimista» y explique -sin mediar contrapregunta- «cada día viajo al lado oscuro y vuelvo», da pie para una conferencia entera. Pero ahí estuvo Coixet, aferrada a sus morisquetas y sus palabrotas en la interpretación infinita de la chica-lista-divertida-desenfadada.
Entonces fue el turno de Antonio Lozano, quien había hecho una introducción de la obra del escritor japonés.» ¿Es cierto que una vez se encontró con John Irwin trotando en Central Park?» fue la pregunta que se sumó al cúmulo de anécdotas que perseguían los dos entrevistadores.
Murakami hasta se confesó adicto a Lost y nadie le preguntó nada.