Trabajo a un costado de una las esquinas más decadentes y barriobajeras de Barcelona. A unos pasos está el puterío global, de todos los colores y drogas.
Cada día veo chicas de todos los países esperando pillar algún cliente. El otro día había una mujer muy guapa que le iba comiendo la oreja a otro, claramente turista, y le decía algo inentendible que el hombre, con una sonrisa sobrepasada por morbo y timidez, vacilaba entre seguir escuchando y dejar de hacerlo.
Los pasos del hombre se fueron ralentizando mientras ella iba ganando terreno y seguía con su palabrería guarra y sexual para estimular al cliente potencial. No creo que le haya prometido amor pero sí de todo lo posible en las artes amatorias. Finalmente, ella lo que quería de él era dinero. Él, sexo.
El gesto del tipo mientras intentaba zafar de la verborrea de la chica me recordó a otra escena. Voy caminando por una calle y hay dos tipos intentando por sobretodo pinchar con dos chicas. Las detienen, no las dejan ir, les dicen cosas de todo tipo, todas románticas y dulces y amorosas y piroperas. Saben que en la mujer habita un clítoris en la oreja que es infalible si se sabe estimular.
Ellas oscilan entre querer zafar de ellos y seguir escuchándolos. Es rico cómo resuenan esas palabras en sus cuerpos pero no les creen nada. Pero quieren creer y ahí está la clave. Ellos quieren sexo y saben que lo que dicen es falso.
Finalmente tanto en el amor como en el sexo hay un vacío que todos queremos llenar.