cosas de seguridad

Mientras intento infructuosamente escribir un texto que me aburre de sobre manera, cierta imagen del fin de semana se me cruza como un relámpago.

Era el concierto del argelino Khaled, monstruo del räi, en el teatro Grec. Estaba lleno a rabiar y además de los guardias clásicos del festival había un dispositivo de seguridad con micros y chalecos sin mangas y bototos y toda la parafernalia para enfrentar a algo que podría ser Al Qaeda Social Club. Pero era el encantador Khaled y sus músicos, cantando canciones alegres y un grupo de marroquíes vueltos locos de alegría a los que los guardias no dejaban bailar fuera del asiento ni sacar sus banderas.

Un par de días atrás había ido al concierto del italiano Vinicio Capossela y el ambiente era totalmente distinto. Aquí los tanos bailaban por todos lados, sacaban fotos, bebían y gritaban. Nadie les decía nada, como debe ser.

Todo iba en calma hasta que un chico se le ocurrió depositar suavemente la bandera de Marruecos sobre el escenario, a unos 10 metros del artista. Dos guardias de seguridad se le abalanzaron, uno le dobló el brazo por la espalda y lo condujo a empujones, entre el enfado del público, fuera del teatro. Por una bandera. Como yo no vine a este mundo sólo a pifiar, corrí detrás del segurata para exigir que lo devolvieran a su asiento. Éramos como cinco defensores del abanderado y el segurata pedía refuerzos por el micro: «¡Venid a ayudarme YA!» .

Finalmente lo soltaron y la intervención sobredimensionada no sirvió más que para estimular a los fans a correr al escenario y besar al cantante, sacarse fotos y abrazarlo.

Es que es así, no hay nada peor que un huevón con iniciativa.