La primera vez que supe de ellos fue en un festival de música. Allí, entre los distintos kioscos de poleras y comidas había uno con un letrero que decía: Energy Control. Algunos miraban folletos, otros hacían preguntas a los voluntarios que atendían el stand y otros esperaban el resultado de algo que ocurría en una parte que no se veía.
Los folletos eran todos acerca de distintas drogas, de maneras seguras de consumirla, de los riesgos sanitarios asociados, etc. Los voluntarios mantenían conversaciones con cero tono de moral, sino que eran informativas, respondían a las preguntas con tranquilidad y sin condena ni promoción. Los que esperaban “el resultado” era el del análisis de la pastilla que se iban a tomar para entrar al concierto y querían ver si estaba bien o estaba muy adulterada por otras sustancias más riesgosas.
“Actualmente, el control de la calidad de la droga lo tienen los traficantes y eso conlleva un riesgo muy alto a los consumidores”, me dijo el chico.
Energy Control es una ONG. Como dice en su web son “un colectivo de personas que, independientemente de si consumimos o no, estamos preocupados por el uso de drogas en los espacios de fiesta de los jóvenes, y ofrecemos información con el fin de disminuir los riesgos de su consumo”. Se instalan en espacios de ocio como festivales y grandes recitales.
Están financiados por varios organismo, muchos estatales y europeos. Tienen campañas como advertir a los consumidores de cocaína a que hagan su propio tubo para aspirarla y no lo compartan ya que puede ser contagioso, hasta invitar a los consumidores habituales de esa droga ha hacerse un cocacheck.