*por razones de espacio tuve que acortar la crónica para Factual.es/ Aquí va entera
Sin justicia aún sobre el responsable de su muerte, una multitud de chilenos han acompañado al legendario cantautor en su segundo y más emotivo funeral.
Sólo tres personas asistieron al primer entierro de Víctor Jara, un silencioso 18 de septiembre de 1973. Una era su viuda, los otros dos, héroes anónimos que permitieron que el cadáver del afamado folclorista no desapareciera en una fosa común como miles de otros chilenos. Era feriado pero ese día nadie se lanzó a celebrar la independencia de España ya que las calles estaban bañadas de terror y sangre. Los militares se habían tomado el país siete días antes y Allende se había despedido de su pueblo por radio para luego descerrajarse un tiro en la boca.
Treinta y seis años después, miles de chilenos se han lanzado a las calles para acompañar a Víctor Jara en su segundo funeral. Hace calor en Santiago, en La Moneda vuelve a gobernar un médico socialista pero esta vez es mujer y ha conseguido niveles inéditos de popularidad. En las calles florecen los últimos días de primavera entremedio de una propaganda electoral donde los principales candidatos se esmeran en esconder su ideología.
Las banderas del Partido Comunista, la chilena blanco, azul y rojo -antaño baluarte exclusivo del pinochetismo- y otras con el rostro de Víctor Jara, ondean en un carnaval de vítores y canciones del cantor que entona la gente a todo pulmón desplegada frente al mercado central de la ciudad. Han comenzado a llegar a las 10 de la mañana para esperar el cortejo que conducirá los restos de Víctor Jara a la sencilla tumba desde donde salió a comienzos de este año.
La familia, encabezada por la coreógrafa inglesa Joan Turner y sus hijas Manuela y Amanda Jara, consiguieron que el caso no se cerrara por tercera vez en la historia y en un giro de la investigación se decidió exhumar los restos del artista para especificar la causa precisa de su muerte bañada en mitos y leyendas.
Así supimos que aquel campesino pobre, que tras hacer el servicio militar obligatorio descubrió el arte y cambió para siempre el panorama teatral y musical del país, había recibido 44 balazos y diversos golpes de culata el día 16 de septiembre, lo que despejaba cualquier duda sobre el asesinato con saña.
Sus restos regresaron y la familia Jara Turner justificó ahora celebrar entonces un funeral, ya que antes, pese a la presión, no lo consideraron pertinente.
Desde el día jueves 3 de diciembre, el ataúd cubierto con el mítico poncho del creador de Plegaria a un labrador y Te Recuerdo Amanda, estuvo velándose en la Fundación Víctor Jara, hasta donde llegó la Presidente Michelle Bachelet y numerosos artistas y personajes del país. La cola para despedirse daba la vuelta a la manzana en el antiguo barrio Brasil. Otras personas hacían fila para escribir sus condolencias y mensajes de despedida en tres sendos cuadernos. Un escenario con legendarios grupos de música como Illapu o el pianista Roberto Bravo, animaba la plaza Brasil.
Desde allí partió la romería hoy por la mañana y avanzó tranquila hasta cruzar el río Mapocho, el mismo que hace 36 años arrastraba cadáveres de izquierdistas. Allí el tranco se puso torpe ya que la multitud no dejaba avanzar al cortejo. Pero la fundación Víctor Jara, que llevó la organización del funeral, lanzó un festín de calaveras que bailaban cómicas y teatrales amén que abría espacio entre la multitud.
“Compañeros, abran paso…compañeros, dejen pasar…compañeros, muévanse a los lados”, pedían los organizadores mientras la multitud que arrojaba claveles rojos gritaba: “¡»Compañero Víctor Jara presente, ahora y siempre, hasta conseguir verdad y justicia, siempre».
El segundo funeral de Víctor Jara no ha sido un asunto de comunistas nostálgicos y septuagenarios. Niños, adolescentes, viejos, punks, mapuches con sus trajes tradicionales, profesionales y estudiantes conforman la multitud de más de seis mil personas, según las primera cifras, que a las 16:30 chilenas (20:30 españolas) llegaron al Cementerio General.
Hasta allí ha llegado la familia. La viuda, que aún conserva su acento inglés, se dirigió visiblemente afectada a la multitud y tras reconocer que perdió su discurso en el camino dijo: “Este extraño funeral de Víctor, 36 años después de su muerte, es un actor de amor y duelo de todos nuestros muertos. Y sabemos que en esta multitud hay miles de familias que sufren hoy el mismo dolor que nosotros como familia”.
“De alguna extraña manera somos una familia con suerte”, reconoció agradeciendo al equipo profesional e internacional que los ha ayudado a mantener el caso abierto. Sin justicia aún, pero abierto.
Una confesión, ningún culpable
Ante la imposibilidad de encontrar al responsable del ajusticiamiento del cantor, los esfuerzos de la familia se concentraron en buscar a los conscriptos que realizaban el servicio militar en septiembre del ’73 y que fueron destinados al Estadio Chile, entonces un improvisado campo de prisioneros, estación intermedia antes de trasladarlos al Estadio Nacional.
Hubo que buscar en archivos de las provincias ya que el mando militar usó gente de afuera de Santiago para los detenidos de la capital. Fue así que se llegó al testimonio de José Alfonso Paredes Márquez, de 55 años que llegó al Estadio Chile con 18 y a penas cuatro meses de servicio militar. La declaración de Paredes, que en un comienzo fue esquivo en testimonios y tras quebrase en plena confesión, ayudó a aclarar gran parte de la escena donde murió Jara.
Paredes cuenta que en esas violentas horas del Estadio Chile, lo mandaron a custodiar el subterráneo donde varios altos mandos militares como también prisioneros. Allí fue que vio a Víctor Jara, uno de los artistas más reconocidos y reconocibles de la época.
Su aspecto debió estar un poco maltrecho ya que tras el desalojo en la universidad donde Jara, acompañados de 600 alumnos y profesores intentaron resistir el golpe durante el 11 de septiembre, fue golpeado con saña. Al estadio Chile llegó con las manos quebradas. Los prisioneros intentaron esconderlo, le pusieron una chaqueta y le cortaron el pelo con cortaúñas. Pero eso no fue suficiente.
Víctor Jara moriría junto a otras 15 personas. Un militar no identificado aún le colocó un revólver en la sien y tras jugar a la ruleta rusa le disparó un tiro mortal. El cuerpo de Jara cayó el suelo entre convulsiones y Paredes y otro conscripto recibieron la orden de rematarlo.
Dos nombres se barajan para los presuntos asesinos de Jara: los entonces tenientes Rodrigo Rodríguez Fuschloger y Nelson Edgardo Haase Mazzei. Ambos lo niegan rotundamente.
El héroe anónimo
Su cuerpo llegó al Instituto Médico Legal (IML) confundido entre los miles de cadáveres que los soldados llevaban hasta allí para que fueran registrados y se les practicara un “autopsia barata”. Allí se encontraba Héctor Herrera Olguín, funcionario del registro civil que había sido destinado por los militares para medir y tomar características físicas y dactilares de los muertos.
Su testimonio que salió a las luz 35 años después, es parte de los nuevos datos recogidos por el juez Juan Eduardo Fuentes, responsable del caso. Residente hoy en Francia, Herrera Olguín narró que fue un empleado el que le sopló que el cuerpo sin vida de Víctor Jara se encontraba en aquel mar de muertos. En un principio no lo reconoció. “Estaba muy sucio, con tierra en las heridas, el cabello apelmazado entre tierra y sangre. A simple vista se le notaban heridas profundas en ambas manos y en la cara. Y tenía sus ojos abiertos, pero con una mirada tranquila” escribió en mayo de este año el Centro de Estudios periodísticos en un excelente reportaje llamado Los estremecedores testimonios de cómo y quiénes asesinaron a Víctor Jara.
Ayudado por el empleado, Herrera le tomó las huellas dactilares a esas manos apretadas y destruidas y a culatazos. Al día siguiente partió al registro civil y en la más completa reserva accedió a la ficha de Jara y pudo comprobar que se trataba de él. Tomó los datos y se dirigió a la casa de éste donde le abrió Joan Turner, visiblemente nerviosa. Le explicó quien era y el motivo de su visita. Se dirigieron rápidamente al IML hasta el cuerpo de Jara. Joan no pudo llorar, debía ocultar quien era ella y el cadáver que estaba a su lado.
Olguín la ayudó a sacarlo de allí pero antes tuvo que conseguir dinero para comprar un ataúd, la viuda no llevaba dinero consigo. Un amigo los ayudó. Alrededor del mediodía de ese 18 de septiembre, llegaron con el ataúd al IML. Sólo los dos hombres ingresaron a buscar el cuerpo de Víctor Jara y luego Joan Turner se quedó cerca de una hora junto al féretro donde yacía su marido envuelto en un poncho.
“Posteriormente, concurrí al Cementerio General, ubicado al frente, para solicitar un carrito para trasladar el cuerpo, ya que era muy caro hacerlo en una carroza. Una señorita me indicó que no se podía hacer eso, pero al ver el nombre del occiso me dijo que para él sí se podía. Entre los cuatro colocamos el ataúd en el carro y lo trasladamos al campo santo, enterrando a Víctor Jara en un modesto nicho al final del recinto donde se encuentra hasta hoy. Fue enterrado sin flores y con la sola presencia de nosotros tres”.
Treinta y seis años después y en ese mismo modesto ataúd, los restos de Víctor Jara fueron acompañados por miles de personas que entonaban sus canciones rumbo al Cementerio General.