La Tendinitis de Letizia o Las Princesas También Sudan

La siguiente crónica le cuenta a usted todo lo que pasó durante el enlace real y nadie se atrevió a comentar.

“¡Los Borbones a los Tiburones!”, “Todos contra el Bodorrio” y “¡España , mañana será republicana!” gritaban furiosos los antimonárquicos en distintas manifestaciones que se celebraron paralelas a la aguada boda real. Otros optaron por las lucir las divertidas camisetas que decían “A Mí Tampoco Me Invitaron a la Boda, Pero Igual la Tuve Que Pagar”. Mientras, la publicación satírica “El Jueves, la revista que sale los miércoles” lanzaba el día del enlace la siguiente encuesta:
¿Es la boda del Principito demasiado cara?
A- No, por verle sonreír estoy dispuesto a renunciar a que la seguridad social tenga medios.
B- No, siempre y cuando la mía también la paguen los españoles.
C- No, lo caro de verdad ha sido mantenerle hasta ahora…
D- No, porque él es un ser superior y nosotros sólo sucios plebeyos.
E- No, aunque en realidad opino que sí, pero hay mucha censura por ahí…

Al cierre de esta edición, la opción C estaba arrasando.

Lo cierto, es que pese a toda la parafernalia desplegada y a los 20 millones de euros que se estima ha costado el evento (la misma cantidad que la Unión Europea ha otorgado este año a España para subsidiar la industria de las olivas), la boda del siglo ha sido bastante más chistosa que gloriosa. La accidentada Monarquía –interrumpida dos veces en un siglo y medio- ha desempolvado cuanta tradición tenía empaquetada para enfrentar un enlace que rompe con todos los más enraizados cánones. El día anterior a la boda, se celebró una cena “íntima” de 380 invitados que fue precedida de un tropezado besamanos con la familia real y el ex matrimonio Ortiz Rocasolano en fila. Una mecánica coreografía de beso-mano-reverencia que partía con el tropezón que daban los invitados al chocar con la mullida alfombra que albergada a los anfitriones, seguía con un chiste del Rey sobre el chascarro y continuaba con los atascos de las distinguidas damas cuando sus acompañantes les pisaban las colas o faldones por estar concentrados en el saludo al Rey o a la Reina o al Príncipe. La ayer periodista, hoy princesa y mañana Reina lucía un hermoso vestido color gris perla que recordaba el que inmortalizara Disney en “La Cenicienta”. Beso-mano-reverencia, beso-mano-reverencia hasta que llegó el saludo más emotivo, el de los bajitos y sencillos abuelos de Letizia, el hombre calladito y la mujer con anteojos de sol que no se los sacó ni para la boda en la catedral. Allí, la futura Reina dejó de lado el profesionalismo con el que ejecutaba el besamanos y dio un cálido abrazo a sus abuelos. Todos los comentaristas de prensa rosa suspiraban de ternura al ver la dulce y honesta escena. Pero nadie reparó-o quizás sí pero callaron- que el distinguido modelo platino del diseñador Lorenzo Caprile estaba mojado con la transpiración de la futura Reina. “A Letizia se le mojó el ala”, espetó alguien en un bar absorto ante la televisión. Los más puristas podrían decir que fue como la prueba del garbanzo metido entre la ruma de colchones para ver si la princesa era de verdad o no. O quizás es una señal más de los tan anunciados aires de modernidad de la Casa Real y que si las princesas también sudan, lo importante es que no apesten.
Algo pasó en la cena íntima que al día siguiente estaban todos con un gran caracho. Claro, la torrencial lluvia mandó a la cresta todos los preparativos y la engalanada ciudad lucía mojados arreglos, los invitados chapoteaban por la alfombra roja y las esperadas multitudes se vieron mermadas por unos estoicos con paraguas. Además, las pajes de la novia estaban complicadísimas con que la cola de cuatro metros no se mojara y entorpecían el andar de la futura reina que lanzaba cortantes miradas y ordenes a su séquito. Entonces Letizia entró con una sonrisa quebrada. Su padre muy serio, algo taimado, quizás porque su actual esposa declinó asistir a la boda, haciendo suspirar de alivio a los encargados del protocolo de la Casa Real. El Cardenal Arzobispo de Madrid, como es usanza en este país, hizo un eterno sermón cómodamente sentado, con largos pasajes en latín, por lo que hizo viva la imagen ‘del santo sacrificio de la misa’. La salida de la catedral de La Almudena fue otro espectáculo. Los novios igualmente serios se subieron al Rolls Royce que los esperaba, mientras que los elegantes invitados esperaron en colas de más de una hora los buses interurbanos (los mismos que transportan futbolistas a los estadios) que los llevarían al Palacio apenas a una cuadra de distancia. Los que osaron cruzar a pie, tuvieron que esquivar las enormes pozas de agua que se acumulaban en la alfombra roja.
El paseo en el Rolls Royce que el mismísimo Franco mandó a acondicionar con una capota de cristal blindado, fue otra desilusión ya que hacía ver a los Príncipes de Asturias como encerrados en una cripta transparente. Letizia, aún no aprende el movimiento de muñeca que tan bien dominan su esposo y sus suegros al saludar multitudes, en el que la mano gira como haciendo un leve gesto de “te voy a pegar”. La futura Reina aún mueve la mano como todos nosotros haciendo ‘chao’ desde un tren en marcha. Si no agarra pronto el tranquillo le puede pasar lo que a un conocido, que una vez trabajó de banderillero para las obras de la Panamericana; de tanto mostrar la cara verde de la paleta y girarla a la roja, se agarró una tendinitis que arrastra hasta hoy.
Todos los españoles comentaban que la boda había sido seria y hasta algo triste, que no se comparaba con la de las infantas donde había distensión y complicidad entre el Príncipe y sus hermanas. En el bar desde donde esta periodista ha seguido todo el proceso, la gente comentaba la terrible lluvia que acechaba a la capital.
“Esto se ha jodio’ ”, decía un hombre al ver la imágenes que en cadena nacional transmitía Televisión Española.
“Pues hombre, no seas aguafiestas”, decía irónico otro, seguido de las carcajadas de los parroquianos.
“Haberse venido a casar a Barcelona, que el sol no falla. Que en Madrid pasan cosas muy raras”, espetaba otro.
“O en Sevilla…”, sugirió el mozo
“Pues que en Sevilla se ha casado la infanta Elena, hombre”.
“Sólo para que le dijeran ‘guapa’ ”, soltaron entre risas todos a coro.

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