En algún minuto de la historia, el hombre occidental cambió su noción del tiempo, dejándose atrapar por valoraciones tan arbitrarias como el surgimiento del calendario que hoy lo lleva a celebrar el año 2000, mientras el mundo musulmán ni siquiera llega al 1400.
Angela Precht
La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. («El Inmortal», Jorge Luis Borges).
En la búsqueda de la ciudad de los inmortales, el protagonista de este cuento se encuentra con un troglodita, casi un animal. Este no se separa de él, pero tampoco se le acerca ni se comunica. El narrador sigue sin encontrar señal, hasta que de pronto comienza a hablar con su extraño compañero y se da cuenta que había vivido en la ciudad de los inmortales y, por lo tanto, era uno de ellos. El tiempo infinito, la eternidad de sus habitantes, la conciencia que cada instante es repetible, los llevó al descuido absoluto y a la destrucción de su ciudad. El mensaje de Borges es muy claro: los seres humanos se movilizan al saberse mortales.
«Es la idea básica de que caemos desde la eternidad como seres mortales y tenemos, por lo tanto, una vida finita. Por ello, todo lo que es creación se da dentro del tiempo. Para ser creativos, sólo podemos serlo en tanto mortales«, explica el sociólogo Martín Hopenhayn.
Una idea que prima en la cultura occidental. El hombre es -antes que nada- lo que hace y este hacer va directamente relacionado con cómo optimiza su tiempo. Concepto fuertemente influenciado por las religiones judía y calvinista: en la primera, el Mesías está por venir, por lo que el hombre debe preparar el camino para recibirlo. En la otra, para saber si se es un elegido por Dios, hay que probar en el mundo que se es exitoso y traducir la actividad en obras.
Quizás por eso, las fechas constituyan una permanente obsesión del hombre moderno; cada cumpleaños, cada año nuevo u ocasiones tan simbólicas como el cambio de milenio, se han convertido en «hitos» que marcan un antes y un después, un recordatorio constante -y casi masoquista- de lo que falta por hacer. Y es, probablemente, en la mitología griega donde se encuentra la figura que mejor representa la angustia que actualmente envuelve al ser humano en torno al «inexorable paso del tiempo»: el terrorífico dios Cronos, quien -luego de matar a su padre- no cesó de comerse a sus hijos recién paridos por su esposa, como la imagen siniestra y ambigua del tiempo que se devora a los hombres y a la vez a sí mismo.
Pero no siempre ha sido así. Antiguamente, el tiempo era el indicado por la naturaleza: la sucesión del día y la noche, primero; luego, abstracciones un poco más complejas como el reloj de agua, de sol, de arena o de fuego.
Pero siempre era la naturaleza quien daba la pauta a través de transcursos de tiempo naturales y continuos, como la arena que cae y el agua que gotea.
Incluso, en el mundo campesino, el ciclo lunar es más importante que el día exacto del calendario civil, porque la agricultura se maneja desde la naturaleza y no fuera de ésta.
No está claro cuándo la cultura occidental cambió su noción de tiempo. El pensador alemán Ernst Jünger sitúa este momento en la invención del reloj de ruedas, entre los siglos XI y XII. Con esta revolucionaria manera de medir el tiempo, el hombre crea una fuerza ajena a la naturaleza para marcar su paso. Es la primera vez que se coloca fuera de lo natural para marcar lo cotidiano. El reloj de ruedas avanza a saltos; da un salto hacia adelante, se detiene y vuelve a dar otro, rompiendo así con la continuidad del tiempo natural y creando uno nuevo.
La paradoja se da al situar al ser humano fuera de la naturaleza, dice Jünger. Se impone un ritmo uniforme y abstracto, con horas rígidas y preestablecidas, que están muy lejos del ritmo interno y subjetivo de una persona.
Para Martín Hopenheyn, el cambio de la noción del tiempo en occidente se dio entre los siglos XIII y XIV con la consolidación del mercantilismo.
Hasta ese momento, había un tiempo para sembrar, otro para cosechar; no se podían alterar las condiciones climáticas, por lo tanto, no cabía más que ajustarse a la naturaleza. Este mundo es brutalmente intervenido con la aparición del mercader. Esta figura se desplaza de un lugar a otro llevando una mercadería y generando un ingreso adicional por la diferencia de lo que compra y lo que vende. Mientras más rápido hace esta acción, mayor es el incremento de su capital. «Entonces, el factor tiempo pasa a ser
controlable y dependiendo de cómo maximiza este tiempo pasa a ser más o menos rico o tiene más o menos poder«, señala.
La idea occidental del valor del tiempo llega a su máxima expresión durante la segunda revolución industrial, la más mecánica. La imagen de Charles Chaplin, tragado por los engranajes de una inmensa máquina en la película Tiempos Modernos, es una caricatura de este frenesí productivo en el que el obrero debía adecuar sus movimientos físicos al ritmo de la correa de ensamblaje. Así, permanece a lo largo del día haciendo un mismo movimiento para que el producto final salga más rápido y a menor costo.
«Ocurre que la visión del tiempo productivo es lineal, está la idea que avanza hacia el progreso (que es infinito), pero todos los otros tiempos son circulares«, señala el filósofo Humberto Giannini, y agrega que «la semana se repite, el año es la completación del ciclo solar, incluso la vida es nacer, crecer, reproducirse para crear otro ser que crece y así sucesivamente«. El problema, según Giannini, es que cada vez se está reduciendo el espacio para este tiempo natural: lo público invade cada vez más lo privado, los domingos (entendidos como días de descanso y contemplación) no están siendo respetados por el afán productivo.
La idea lineal del tiempo, según Hopenhayn, es en el sentido «de que vamos de menos a más. Una especie de línea progresiva que es toda la idea de progreso de la modernidad, pero que surge con la tradición judeo cristiana de las buenas obras. Partir de cero o de una caída y de ahí ir remontando en una línea progresiva que depende mucho de nuestra acción«.
En las culturas de orden tribal, algo muy importante es la conexión con los antepasados. De hecho, las tribus no abandonan su tierra por más desgastada que esté, ya que allí viven sus muertos y es allí donde realizan sus prácticas para contactarse con ellos. «Es ese un tiempo constante, a diferencia del nuestro que está hecho sobre la base de rupturas permanentes: uno cambia de vida, de lugar, de ocupación, de familia, de pares«, explica el sociólogo.
A diferencia de la tradición cultural occidental, en oriente el tiempo marca otro ritmo. La tradición cultural y religiosa oriental está marcada por el budismo tibetano, el hinduismo, el taoísmo, etc. La cosmovisión que se tiene en estas culturas es cíclica, por lo tanto, el individuo no tiene más que sincronizar con esa visión cíclica de la existencia, que es como una especie de rueda de tiempo que gira y gira.
En oriente existe la noción de estar transitando por el mundo en una secuencia de reencarnaciones. Es cierto que es importante lo que haga la persona en su vida, pero no existe la urgencia de realizarlas ya que existen otras vidas. Otra diferencia de esta cultura es que las cosas no dependen de la acción de uno, el individuo forma parte de un todo y en la medida que medita y contempla entra en fusión con el Todo (Nirvana, Ser superior, Cosmos, etc. ). El individuo se disuelve en este Todo.
Quizás la razón principal para que oriente se haya mantenido tan inalterable con respecto a occidente sea la religión y la manera en que ésta influye en su vida. Sin duda, otro factor importante es que gran parte del mundo oriental se ha mantenido al margen de la modernidad, no han tenido el patrón de desarrollo occidental. Pero a medida que los países de oriente, como Japón, se incorporan dinámicamente a la producción industrial y al sistema económico mundial, asumen con mucha fuerza el sentido occidental del tiempo, ya que la globalización se hace bajo la influencia cultural de occidente, «pero con un sentido propio de la disciplina«, agrega Hopenhayn.
Medidas olvidadas
Pese a que ya no rigen ninguna civilización, los siguientes calendarios alcanzaron sistemas muy complejos y algunos influyeron en el calendario occidental:
Egipcio: el calendario gregoriano, con leves variaciones, es una versión del calendario que rigió Egipto desde el 5000 a. C. y aún hoy es consultado con fines tradicionalistas. Fueron los egipcios quienes dividieron el día en 24 segmentos temporales: las horas. Fueron también los primeros en cambiar el calendario lunar a uno basado en el año solar, el cual estaba
constituido por 12 meses de 30 días cada uno. Como les sobraban cinco días,los acumulaban al final de año como «suplementarios».
Babilónico: del sistema babilónico se heredó la semana de siete días, la hora de 60 minutos y el minuto de 60 segundos. Para lograr semejante exactitud en los cálculos, medían el ángulo de la sombra que proyectaba una estaca enterrada perpendicular a la tierra. Según se movía el sol, convertían la medida en grados, minutos y segundos de ángulo. Además, utilizaban «clepsidras», relojes de agua que medían el tiempo a través del número de gotas que caían diariamente. Los babilónicos bautizaron los días de la semana con los nombres de sus dioses, que correspondían a los cuerpos celestes más grandes. Para prevenir la pérdida de días que se producía en el calendario de 365 días incluyeron años especiales de 13 meses. Este último mes estaba cargado de influjos religiosos negativos y de ahí deriva la superstición del número 13.
Griego: los griegos establecieron el año 776 a. C. como el inicial, basado en los primeros Juegos Olímpicos. Era un calendario luni-solar, con 12 meses de 29 y 30 días, alternativamente. Cada tercero, sexto y octavo año se añadía un nuevo mes. La observación de los cuerpos celestes era bastante importante en su astronomía. Sobre ellos, Platón declaró:
«El sol, la luna y los planetas, fueron hechos para definir y preservar los números del tiempo».
Maya: a pesar de que los mayas destacaron en numerosas áreas de desarrollo, fue en la abstracción matemática y astronómica donde impactaron más profundamente. Uno de sus grandes avances intelectuales fue la creación de
dos calendarios que servían para la vida ceremonial.
Uno estaba basado en el sol; contenía 365 días, estaba dividido en 18 períodos (meses) de 20 días cada uno y un período de cinco días, suplementario. El otro, de carácter sagrado, se utilizaba para buscar días afortunados y desafortunados. Son como dos ruedas de engranajes que se juntan en un punto, con los días solares en una rueda y los días del almanaque sagrado en la otra. El nombre para cada día se formaba combinando el nombre del día solar que coincidía con el sagrado. Los astrónomos mayas
fueron capaces de hacer difíciles cálculos, como encontrar un día particular de la semana varios miles de años en el pasado o en el futuro.
También utilizaron el concepto de cero, que ni griegos ni romanos alcanzaron. Si bien no tuvieron decimales o fracciones, ajustaban el calendario sumando o restándole días. Los mayas desarrollaron un complejo sistema de escritura jeroglífica para registrar no sólo observaciones y cálculos de fechas, sino también información histórica y genealógica. Al parecer, los ideogramas mayas se formaban por palabras completas y otros que representaban fonemas, que se combinaban para formar la palabra completa.
Las mil caras de Cronos
Para el hombre primitivo, el paso del tiempo fue una sucesión confusa de días y de noches que le mostraron el carácter cíclico de este fenómeno.
La luna cambiaba de forma, las estaciones se sucedían y el sol mostraba sus movimientos aparentes. No se necesitó más que la observación para darse cuenta que el ciclo lunar tardaba 29 días y medio en completarse y de ahí nació el concepto de mes. La mayoría de la culturas antiguas estableció meses de 29 y 30 días sucesivamente. Es imposible determinar quién y cuándo descubrió que el movimiento aparente del sol se ajustaba a un ciclo temporal; pero éste seguramente fue el primer hallazgo científico del
hombre. Se necesitó un sistema un poco más complejo: estacas enterradas en el suelo que marcaban la salida del astro fueron mostrando cómo avanzaba hacia una dirección y 365 estacas después retrocedía.
El problema era que los 12 meses lunares sumaban 354 días (11 días y fracción menos de lo que demoran las estaciones en sucederse y que se conoce como año trópico). Entonces, de acuerdo con las estaciones, al cabo de tres años el calendario quedaba corrido en 33 días, por lo que muchos pueblos optaron por agregar el mes número 13 cada tres años.
Durante los siglos VII y VI a. C. , época de gran desarrollo para la astronomía, se trató de conciliar un calendario con meses lunares con uno solar. Fue Julio César, en el año 45 a. C. , quien reguló los antojadizos calendarios del imperio. Por aquella época, la recolección de impuestos era uno de los factores que influía en las adaptaciones del calendario.
Con el fin de adelantar o retrasar la recolección tributaria, los economistas de la época sacaban y agregaban meses a su antojo. Decidido a terminar con tanta banalidad, Julio César encargó al astrónomo egipcio Sosigenes de Alejandría la elaboración de un nuevo calendario, más rígido que los anteriores. La reforma juliana siguió un razonamiento bastante sencillo: si sobraban 11 días, la solución era repartirle uno a cada mes.
En aquella época, el año comenzaba en marzo, con el inicio de la primavera en el hemisferio norte. Fue así como marzo quedó de 31 días, abril de 30 y así sucesivamente. Al llegar a febrero, el último mes, ya se les habían acabado los días y quedó con sólo 29.
El calendario completaba los 365 días del año, pero ya en esa época se sabía que en realidad eran 365 y un cuarto de día, por lo que se decretó que cada cuatro años se sumara un día extra.
Luego de la muerte del emperador, por sugerencia de Marco Antonio, el Senado romano decretó que en honor a Julio César había que dar su nombre a un mes del año. De enero a mayo los meses tenían nombres de dioses y los restantes, sólo el número al que correspondían. Entonces, el quinto mes, el de su nacimiento, se pasó a llamar julio. Al poco tiempo, los senadores de Roma alegaron que el emperador Augusto era igualmente importante para los romanos como Julio César, entonces decidieron llamar al sexto mes con el nombre de agosto. Pero si ambos eran igualmente importantes, agosto merecía tener la misma cantidad de días que julio, por lo que le quitaron un día a febrero que se quedó para siempre con 28 días. Julio y agosto, por su parte, son desde entonces los únicos meses consecutivos con 31 días.
Otro antojo romano ocurre con la Navidad. Se sabe que Cristo nació entre mayo y junio, pero 200 años después de su muerte los cristianos comenzaron a festejar su nacimiento el 25 de diciembre. Ese día, había una gran fiesta en Roma; los astrónomos anunciaban que el sol dejaba de alejarse hacia el sur y en vez de mandarse a cambiar por el horizonte, regresaba a los romanos. Según José Maza, director del Departamento de Astronomía de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, el móvil del cambio de fecha para los cristianos pudo ser intentar celebrar un acontecimiento importante con gran algarabía, sin importar que el resto celebrase otra cosa. Esta modificación repercutió en el calendario y enero pasó a ser el comienzo del año.
Ya en el año 525 d. C se gestó nuestra línea del tiempo. El abad Dionisio decretó que desde esa fecha en adelante no se debían contar los años a partir de la fundación de Roma, sino que desde el nacimiento de Cristo.
Pero el abad se equivocó y atrasó el nacimiento en cuatro años ya que un cronista de la época había escrito que Jesús nació durante el gobierno de Augusto. Y como él gobernó en dos períodos, uno en un triunvirato y otro de único emperador, el abad consideró esta segunda etapa como el nacimiento de Cristo. Si se suma que los romanos no tenían noción del número cero,
tampoco se estaría celebrando los dos mil años de su nacimiento. El año 1 de la era cristiana es el año de su nacimiento, por lo tanto, en el año 2 d. C cumple 1 año y así sucesivamente. Por ende, en diciembre de este año se celebran los 1. 998 años del nacimiento de Jesús.
El calendario juliano funcionó en el imperio por más de 16 siglos, hasta que en 1582 el Papa Gregorio XIII lo reformó porque notó que Julio César había sacado mal los cálculos. El año era 11 minutos más corto que 365 días y un cuarto; al intercalar sistemáticamente un día cada cuatro años, después de 128 años se sumaba un día más. Así entonces, desde el 41 a. C. (reforma juliana) hasta la reformulación gregoriana se había adelantado el calendario en 10 días y muchas fiestas religiosas de carácter móvil, como la Semana Santa, se estaban celebrando en fechas equivocadas. El Concilio de Nicea en el siglo 4 d. C. había instaurado la Semana Santa el domingo siguiente a la primera luna nueva luego del solsticio de primavera. Como en Roma estaban corridos con el calendario, lo que ellos estaban llamando 20 de marzo, en realidad correspondía al 30 y esto repercutía en la luna que debían usar. Gregorio XIII estableció que el 21 de marzo debía coincidir con el equinoccio de primavera. Los 10 días sobrantes, sencillamente los borró de un plumazo y el imperio romano se acostó el 4 de octubre y se despertó el 16. Para que no volviera a adelantarse, el Papa calculó que cada 128 años se adelantaba un día, dos cada 256 y tres cada 384, por lo que hizo una aproximación a 400 y estableció que sólo serían bisiestos los años divisibles por cuatro.
Además, estableció que los años terminados el 00 serían bisiestos si eran divisibles por 400. Así, ni 1700 ni 1800 ni 1900 fueron bisiestos. Con esta reforma el calendario quedó casi exacto, adelantándose en un día cada 4.000 años.
Historias paralelas
Los siguientes calendarios funcionan de manera paralela al gregoriano, aunque son usados para fines de carácter religioso y tradicional, ya que -con excepción del mundo musulmán- utilizan el calendario occidental para fines comerciales:
Hebreo: la tradición hebrea se rige según el calendario litúrgico que es luni-solar. Este sistema es el oficial en Israel y el religioso para todo el mundo judío. Si bien los meses se ordenan por los ciclos de la luna, los años corresponden a la rotación de la tierra en torno al sol.
Son 12 meses en el año regular y 13 en el año bisiesto que, según un sistema especial, ocurre siete veces durante un período de 19 años. Según la tradición judía, la cronología se inicia en el año 3760 a. C. , fecha establecida por un rabino en el siglo III de la era cristiana y que corresponde a la creación del mundo, según el Antiguo Testamento, y es considerado así por los más ortodoxos. La fracción más reformista considera esta fecha como el comienzo de las sociedades organizadas y que sólo a partir de entonces se puede hablar de culturas y civilizaciones.
Los siete días de la Creación marcan la unidad básica de este calendario y cada día comienza con la puesta de sol y termina al anochecer siguiente.
Actualmente, este calendario está en el año 5759.
Musulmán: el calendario islámico es el que rige a todo el mundo musulmán, con excepción de Turquía, que utiliza el sistema gregoriano. Tiene su origen en La Hégira o huida de Mahoma de La Meca a Medina, en el año 622 de la era cristiana. Consta de 12 meses lunares de 29 y 30 días,alternadamente. Los años comunes tienen 354 días y los bisiestos 355. El mundo musulmán comenzará a vivir su año 1378, a partir de marzo.
Chino: en China el calendario era más complejo. El sistema es luni-solar, basado en las posiciones del sol y la luna. Los meses son de 29 y 30 días, un día dura entre una medianoche y otra, y cada año consta de 12 meses. Sin embargo, cada dos o tres años, se intercala un mes número 13. A mediados del tercer milenio antes de la era cristiana, el sistema se establecía a través del emparentamiento de los 10 reyes del cielo y los 12 reyes de la tierra, combinación que generaba ciclos de 60 años (60 es el mínimo común múltiplo de 10 y 12), en los que los nombres de los años van combinando los nombres de los reyes terrestres y celestiales. Luego de repetirse seis veces los nombres celestiales y cinco veces los terrenales, un nuevo ciclo comienza. El ciclo chino actual comenzó el 2 de febrero de 1984.
Actualmente, están en el año 4697 y se preparan para celebrar el inicio del Año de Dragón (4698), el 5 de febrero.
publicado en revista Qué Pasa justo antes de cambiar de milenio