“¡Están todos en pelotas!”, fue el grito con el que mi amiga me despertó en esa playa mexicana. Habíamos viajado toda la noche por el sinuoso camino que desciende desde Oaxaca hasta Zipolite, rumbo a la costa del Pacífico. Llegamos como a las 5 de la mañana, yo había vomitado todo el viaje y caímos muertas en una playa a la espera que el sol de la mañana nos alumbrara rumbo a una pensión. Y ahí estábamos, en plena playa nudista, con gente que caminaba, nadaba, jugaba a las paletas o tomaba sol sin ropa.
No teníamos ni idea de lo que nos encontraríamos y el despelote nos pilló desprevenidas. Nunca había siquiera pensado si me quitaría el traje de baño alguna vez en la vida. Por aquella época, en mi mente circulaban historias de “clubes nudistas”, cerrados y privados. No mucho más.
No tardamos en acostumbrarnos y con mi amiga ya chapoteábamos desnudas por el Pacífico tibio y con olas. La gran mayoría de la gente que había en ese lugar eran europeos y nadie miraba a nadie. No se tapaban. No había piropos. Era la libertad absoluta, tu cuerpo y tu decisión. Recuerdo, además, que las únicas cinco personas con un traje de baño desde el ombligo hasta bajo las rodillas eran cinco chilenos que no se despegaban los unos de los otros, aterrorizados de cruzar la barrera del pudor.
Los años pasaron (15 creo), me vine a Europa y me topé con lagos húngaros, alemanes y austriacos llenos de gente mayor, niños y jóvenes tomando sol desnudos. Luego las playas catalanas, con su rincón sólo para nudistas. En todas y sin distinción, la gran mayoría de las mujeres van en topless. No hay fotógrafos ni camarógrafos para cubrir ‘el destape’ e ilustrar la portada de algún diario pop. El cuerpo es algo natural, el topless una opción y no hay noticia ni escándalo en ello.
Ayer inauguré la temporada de playa y partimos a una nudista muy bonita que queda por Tarragona. Al volver le comenté a un par de chicas dominicanas mi paseo. Una de ellas, en un ejercicio de sinceridad me dijo: “A mí el subdesarrollo me toma el cuerpo”. Luego me explicó que sencillamente no podía hacer nudismo y el topless, dependiendo con quién estaba, lo hacía. Reconocía que era una tranca pero se la ganaba. Yo tengo muchas amigas y amigos latinoamericanos que les pasa eso y reconozco que a mí se me hizo más fácil y más integrador el hecho de que mi pareja viene de una cultura totalmente ajena a la mía, donde el cuerpo y la desnudez no están vinculados con el deseo, el sexo y el tabú. Donde la mirada del otro no está determinada por un morbo desenfrenado que violenta tu libertad personal.
Para que los teutones llegaran hasta allí no fue algo de la noche de a la mañana. Vinieron muchos movimientos naturalistas y a día de hoy ya no hay una declaración política detrás de la desnudez. Sencillamente el principio de que lo moderno es lo primitivo y lo vivimos como los indios en una tribu.
La civilización se da toda la vuelta sobre sí misma para desprenderse de lo inútil.