Acampaban en las calles de Berlín. Dormían fuera del Museo Martin Gropius y llegaron a esperar hasta 5 horas para poder entrar a la exposición. El fenómeno cultural acaba de terminar en la capital alemana tras el fin de la mayor retrospectiva de Frida Kahlo que se celebara jamás en esa cuidad.
Los organizadores no podían creerlo, 235 mil visitantes congregó la exposición que empezara en el DF Mexicano hace dos años, para conmerar el centenario del nacimiento de la gran artista mexicana (1907-1954).
Todo se ha dicho de su vida, que sufrió la polio de niña, que de adolescente un accidente de tráfico la postraría por un año y la dejaría con secuelas de por vida. Que de ese retiro obligatorio nació su pintura, su mundo imposible y ella como objeto único, como el ser que más conocía y con quien más se relacionaría durante esas largas jornadas de soledad y dolor enyesado hasta el cuello. Su primer autoretrato nacería durante la convalencencia. Tenía 19 años. Sería la primera pincelada de una pintura única, donde el sufrimiento, la pasión por vivir y el desgarro quedarían plasmados bajo su prisma.
Conoció a la bestia del arte mexicano, la gran estrella del partido comunista, el muralista Diego Ribera. 20 años mayor que ella, mujeriego, encantador y separado. El flechazo fue inmediato y formarían una de las parejas más fascinantes de la historia del arte y de aquel México maravilloso.
Se amaron intensamente, se engañaron y se celeron como sólo ellos. Los amantes de Frida tienen tintes novelescos como Trotsky en su exilio azteca. Diego tolera mejor que lo engañe con mujeres que con hombres. Diego se corona liándose con la hermana de Frida. Llega el divorcio pero se vuelven a casar al año siguiente.
La pintura de Frida encalndila a los surrealistas. El líder de este movimiento, Andre Bretón aterriza en México, alucina con su obra y escribe el prefacio del catálogo de la exitosa exhibición de Kahlo en Nueva York. Le ofrece exponer en París y que él la organiza. Cuando Frida llega a Francia, sin hablar francés, se da cuenta que Breton ni siquiera ha ido a buscar los cuadros a la aduana. Marcel Duchamp mediante, logran montar una muestra con 4 meses de retraso y relativo éxito. De este capítulo Frida dirá: “Creían que yo era surrealista, pero no lo era. Nunca pinté mis sueños. Pinté mi propia realidad”.
Los dolores se intensifican. Su cuerpo ya no puede soportar más operaciones. 32 a lo largo de su vida. Corsés especiales y otros aparatos. Se le gangrena una pierna y se la tienen que amputar y justo llega el gran reconocimiento en su México natal, una exposición en solitario. Nadie cree que ella pueda asistir ya que su salud empeora. Pero Frida se impone. Manda a instalar su alucinante cama decorada, llega en ambulancia y en camilla la instalan en su lecho.
Al año siguiente, el 1954, Frida escribe en su diario: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”. Muere durmiendo en la cama que le enseñó a pintar.