Inventó el punk, promovió el rock y el sadomasoquismo en los ’70 añadiendo la provocación política y social en la moda urbana y sin estudios ni fortuna se abrió camino en aquel Londres gris y adormilado revolviendo la escena cultural. Con 66 años es considerada la diseñadora viva más influyente de la cultura actual. Su nombre es sinónimo de vanguardia, experimentación e independencia. Con ustedes: Vivienne Westwood.
Por Ángela Precht
“La moda es sobre sexo”, dijo una extravagante figura a las cámaras luego de recibir la Orden del Imperio Británico de manos de la mismísima Reina Isabel II.
Sus rulos cobrizos se movían graciosos sobre el rostro blanco de expresión cínica. Era la Westwood que luego de pronunciar esa frase giró sobre sus talones con un movimiento ágil que levantó su minifalda estupendamente lucida a sus 51 años, dejando ver al mundo que no usaba calzones.
Catorce años después, durante el 2006, mientras era nombraba Dama por el príncipe Carlos, los reporteros apostados en las afueras del palacio de Buckingham se apresuraron a preguntarles si llevaba ropa interior. La Westwood, esta vez ataviada con un oscuro vestido de diseño victoriano y dos cachos de plata entre la frente y el casco que le daban un travieso aspecto de demonio, espetó más distante: “La respuesta es la misma, si es que uso ropa interior son los boxers de seda de mi marido”.
No era de esperarse otra cosa ya que esta diseñadora inglesa fue quien convirtió la ropa interior en ropa exterior, los alfileres de gancho y la hojas de afeitar en adornos y los zapatos de plataformas de 20 cms. en un accesorio que logró hacer tambalear a la mismísima Naomi Campbell en una pasarela.
Junto a Malcom McLaren, su pareja de aquella época, son considerados los padres de punk, un movimiento social que tiene su origen a mediados de los setenta en Inglaterra y que extendió su furia, su descontento y subversión por las principales ciudades inglesas saltando al mundo en una onda expansiva que se mantiene hasta el día de hoy; a veces con matices marginales, a ratos muy pero muy comercial.
McLaren sería más conocido por ser el creador y manager de los Sex Pistols. Fue antes de aquel experimento que cambiaría para siempre la estética del descontento juvenil urbano que empezó la pequeña revolución que marcaría el destino de la joven maestra de escuela. Tras su divorcio, Westwood vivía en una casa rodante junto a su abuela y su hijo. Conoció a McLaren y empezaron a trabajar juntos. Él estaba fuertemente influido por la música y empezaron a vender discos de rock&roll para clientes onderos. Hasta ese momento las radios no tocaban ese tipo de música. El éxito fue inmediato. “Sentí que habían tantas puertas que abrir y él tenía las llaves para todas. Además, tenía una actitud política y yo necesitaba centrarme”, ha dicho Westwood de quien fuera su pareja y socio desde 1965 hasta 1983. Juntos parieron, además de la revolución contracultural más agresiva y descontenta que torció al imperante hipismo de la Guerra Fría, a Joseph Ferdinand Corré, quien al día de hoy es el dueño de la marca de lencería Agent Provocateur, una de las más importantes del Reino Unido y que infartara a medio planeta con una ultra sensual publicidad protagonizada por Kate Moss el año pasado e hiciera noticia al rechazar la Orden del Imperio Británico por considerar que el entonces Primer Ministro Tony Blair era “moralmente corrupto, y que sus mentiras han hecho morir a miles de personas en Irak y Afganistán”.
Pero eso es harina de otro costal. Estamos con un joven McLaren fascinado con el rock y la moda, dispuesto a unir esos dos conceptos para agitar la cultura. Mientras todos andan de pelos largos y estilos hippies, MacLaren se viste como Teddy Boy, una corriente inglesa inspirada en el estilo eduardiano, de pantalones ajustados, zapatos de suela ancha, peinados con jopo, un tipo de moda emparentada al rockabilly al otro lado del Atlántico. A comienzos de los setenta abren su primera tienda en Londres, Let It Rock, diseñada por ellos y comienzan a vestir a esta segunda generación de Teddy Boys que compran los discos. Aparecen stocks de los años ’50 que no habían sido vendidos y la pareja rediseña los modelos y se hacen de clientes que, sin saberlo, pertenecen a una naciente escena contracultural. El ’74 le cambian el nombre a Demasiado Rápido para Vivir, Demasiado Joven para Morir orientados hacia la moda rock y la cultura urbana negra.
Al tiempo renuevan el concepto y la llaman SEX y con el slogan: “El Arte debe tener ropa pero la Verdad ama ir desnuda”. Atravesando el inmenso y rosado letrero SEX, la decoración consistía en graffitis porno y fetiches sexuales y cortinas de goma.
Quienes recuerdan aquella tienda la describen como un oasis de liberalismo y valentía. No cualquiera se vestiría de plástico en la Inglaterra beige y austera. Westwood recuerda que todo ese vestuario prohibido que colgaba de su tienda era adorable a sus ojos ya que “todas las prendas que yo vestía y que la gente consideraba chocante, las usaba porque me sentía como una princesa de otro planeta”.
La fauna que desfiló por aquel local era extraordinaria, una versión inglesa y temprana de lo que reconocemos en la movida española. Entre travestis, prostitutas y proto punks audiciona en Sex un joven Johny Rotten, quien pasaría a la historia como un Sex Pistols, una de las más emblemáticas bandas del punk.
McLaren rebautizó SEX como 430 Kings Road Seditionaries- Ropa para Héroes. El interior similar a un sex shop fue rediseñado a modo futurista con fotografías al revés de Picadilli Circus y las ruinas de Dresden después de los bombardeos británicos. Había agujeros en los muros y una rata enjaulada sobre una mesa.
McLaren era el manager de los Sex Pistols y las prendas que salieron de Seditionaries cambiarían para siempre el vestir urbano. “No se puede imaginar el Punk Rock sin el vestuario”, recordaría Westwood más adelante. La audacia de sus elementos impactó a todo el mundo. Nunca hasta entonces se había visto tal subversión. Mezclas de las pin-ups de los 50, correas y rizos fetichistas, cadenas e insignias de los moteros, ropa rota a propósito y parchada, alfileres de gancho y hojas de afeitar como accesorios y, lo que hasta ahora nunca se había visto, imágenes monarquícas. Aquellas camisetas con la imagen en stencil de la reina Isabel II con los ojos tapados o con alfileres a travesados que tan populares hicieron a los Pistols con su God Save The Queen fueron el vestuario que diseñó Westwood, mientras en el escenario fraguaban la primera generación posterior al rock&roll, con canciones abiertamente críticas al sistema y profundamente antinacionalistas.
Las prendas nunca fueron baratas pero los punks, tal como hoy, se apañaron fácilmente y el estilo se expandió por todo el Reino Unido.
Los diseños de Westwood hacía ya un rato que se clonaban por los mercados de Camdem Town y Portobello. Cuando a comienzos de los ’80 vio que las pasarelas de París hacía eco de sus creaciones fue cuando realmente se dio cuenta que la moda era lo suyo. Paralelamente McLaren está cada vez más interesado en la música. Cierta asfixia hacia el undergruond y la necesidad de mirar a la Historia lo hace dar otro giro. Nuevamente la tienda fue remodelada como un viejo galeón de pequeñas ventanas y techos bajos y una fachada cubierta con un mapa mundi y un reloj de 13 horas daban la bienvenida a Fin del Mundo. De allí sale el primer desfile de la dupla Westwood McLaren inspirado en la más emblemática tradición inglesa: la Piratería. La colección fue un éxito inmediato con modelos que evocaban tanto a dandies como bucaneros dejando la calle y el underground atrás para trabajar con técnicas de sastrería tradicionales. Fue así que los horizontes de la Westwood se expandieron y sus siguientes colecciones Salvaje, Nostalgia del Barro y Brujas le abrieron un camino sin retorno al éxito en la industria de la moda que la consagró como la mejor diseñadora británica del año una década después, ya separada de McLaren, con galardones consecutivos en 1991 y 1992.
Esa certera revisión de la Historia y sus tradiciones han sido claves en el éxito y el reconocimiento del trabajo de la modista. Tanto sus trajes de corsario como sus elementos victorianos en telas de patrones típicamente ingleses son un sello que muchos ha querido copiar. “Veo en ese pasado una escuela de rigor y de técnica. Fue al omitir estos últimos que nuestra época se convirtió en una era sin estilo”, dijo en una ocasión quien considera que nada funciona con el minimalismo.
El reconocimiento mundial no llegó desde Inglaterra sino que desde Estados Unidos, cuando el editor de la influyente Women’s Wear Daily, John Fairchild declaró a fines de los ’80 que Vivienne Westwood figuraba dentro de los mejores diseñadores del siglo junto con Yves Saint Laurent y Coco Channel.
Las colecciones vertidas de sus largas horas de lectura de Historia siguieron sentando marcas imborrables como Harris Tweed donde se vio por primera vez una relectura del clásico corset, esta vez no como elemento opresor si no más bien como una prenda exultante de poder femenino. Tras el desfile Karl Lagerfeld dijo que era una de las ideas más importantes de la moda del siglo XX. Y un poco más tarde Gaultier lo consagraría en el busto de Madonna.
“La cosa es que siempre tuve mi propia pequeña tienda y con ello acceso directo al público. He sido capaz de construir una técnica sin la gente de marketing diciéndome siempre lo que el resto quiere. Soy la única diseñadora que es completamente autofinanciada. Así he podido armar una destreza, luego de 30 años, que sigo definiendo y refinando”, explicaba Westwood en una de las tantas entrevistas que concedió cuando en el 2004 el británico Victoria & Albert Museum realizó la restrospectiva más completa que se ha hecho a una diseñador vivo, tras cumplirse 34 años de su aterrizaje la moda. La exposición ha seguido itinerando hasta el día de hoy. Su última parada fue el museo de Bellas Artes de San Francisco.
A los 66 años Westwood arrastra fama de apática y extraña dentro de su isla. Claramente no es común. No lee revistas. “(Al cine) Jamás voy. Como la televisión, como todo lo que es reciente, no tiene ningún interés”, dijo en una ocasión a la escritora francesa Amelie Nothomb quien luego de entrevistarla quedó impactada por su elegante incorrección política. Prefiere quedarse en su casa que salir de viaje y sólo le apasiona la literatura. “Es mi mayor pasión: sólo ella puede cambiar el mundo, ahí donde la política no es capaz. Leo enormemente y si tuviera tiempo crearía un salón literario…¿Escribir? Ni lo piense. Hoy, hasta el último chofer de taxis escribe. No querría comprometerme en una actividad tan vulgar ”, dijo en aquella entrevista. A la religión la considera “una costumbre deplorable, origen de todos los males de la humanidad”. Vive en Londres junto a Andreas Kronthaler, su joven marido 25 años menor a quien conoció mientras impartía clases en la facultad de Bellas Artes de Viena y se casaron en secreto el ’92. Comparten vida con Alexandra, su fox terrier.
Entre sus compradores habituales están Gwen Stefani, Mick Jagger y su ex Jerry Hall, Naomi Campbell y Marilyn Manson para quien diseñó los trajes de novios para su boda.
Vivienne Westwood continúa es su mundo de libertad y vanguardia. Su tradición de luchar contra la tontera, la mediocridad y la propaganda continúa en campañas como las camisetas que rezan “I’m Not a Terrorist” (No soy un terrorista). Aunque ya ha anunciado que su retiro viene pronto, demás está decir que su legado perdurará como los clásicos. “Siempre intento ir por un camino distinto a casa. Es una especie de curiosidad y me pregunto ‘¿por qué hay que hacerlo de este modo? ¡Probaré este otro camino!’”