Anna y sus hermanas

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La Wintour en Estados Unidos y Carine Roitfeld desde Francia están viendo sus parcelas de poder amenazadas ante la irrupción fría, intensa y dramática de Aliona Doletskaya, la zarina del Vogue ruso
Es la versión frívola de la guerra fría. Estados Unidos y su pragmatismo del inmediado, Francia con los modales añosos de la vieja Europa y Rusia, con su tradición milenaria de furia infinita; los ejes del poder actual de la moda y el estilo -una industria que mueve millones- son manejados por tres poderosas féminas, cuyas naciones les han entregado el control sin pestañear.

Cuando Meryl Streep interpretó en El diablo viste de Prada a la trabajólica, fría y solitaria editora de la revista de moda más famosa y glamorosa de Nueva York, todas las miradas se dirigieron a Anna Wintour, la editora del Vogue americano, la mujer que supera el millón de ejemplares por tirada de una de las revistas más influyentes de la moda actual. Wintour es la ama y señora y todos lo saben. Las pasarelas no empiezan hasta que ella haya llegado. Es capaz de hundir una tendencia y elevar una belleza extraña como la belleza absoluta, y eso es lo que lleva haciendo desde que en 1988 tomara el timón de Vogue.

No por nada su figura y su leyenda fueron llevadas al cine y los estudios no quisieron arriesgarse y retratarla como a un crápula. El personaje que interpretó Streep está lleno de conflictos y, a pesar de ser una mujer de hierro, tiene su corazón.

Su trabajo tiene sus reveses además de glamour. Debe lidiar con el público de una nación compleja con ciudades a rebosar de personajes modernos y vanguardistas, pero también marujas obsesionadas con dietas rápidas, moda de rebajas, una moralina que eclipsa cualquiera de las enmiendas de la libertad de expresión de la que tanto se jactan y no puede darse el lujo de poner un travesti en la portada, como por ejemplo, lo hace su homóloga francesa, la tres chic Carine Roitfeld.

Le Vogue

«No soy una mujer de negocios. Admiro el trabajo de Anna y de todas las personas exitosas. Pero esa es una característica muy americana». El comentario viene desde la orilla contraria para el NY Magazine, y en el eterno paralelo entre Nueva York y París, emerge la frágil figura de Carine Roitfeld, la directora de la edición francesa. Su trabajo ronda los 133 mil ejemplares que ni compiten de cerca con la cifra de la Wintour.

«Es muy difícil no convertirte en un títere, como Anna, que se ha convertido en un icono y no en un títere. Yo no quiero ser eso, no quiero usar ese uniforme. No quiero ser solamente un sobre».

Carine representa el nihilismo francés a la Vogue. Nadie puede negar que, desde su extremadamente delgada figura y sus ojos enormes, se escurre un vacío casi anoréxico y helado. El Vogue francés no exige a sus modelos que cumplan el peso mínimo. Da igual. Todo es lujo y joyas imposiblemente caras, para un público que la ojea como si Mayo del 68 no hubiese ocurrido jamás.

Lo de ella es la moda en estado puro y lo sabe porque es de París. Antes de tomar el control del Vogue francés, en 2001, Roitfeld trabajó desde adolescente como modelo y después de productora marca-tendencias para el Elle. A los 36, el mismísimo Tom Ford le dio su voto de confianza a la hora de ver por dónde irían los tiros estilísticos de Gucci e Yves Saint Laurent.

«La revista debe buscar el placer visual, el placer de la lectura. No es un museo. Es algo vivo y no hay que tomárselo muy en serio. Cuando puse un travesti en la portada -explicaba en una entrevista- no buscaba hacer ningún comentario político. Simplemente me pareció divertido» .

Vogue con vodka

Siempre se dijo que Roitfeld sería la sucesora de Wintour e incluso que podría coger el timón del Harper’s Bazaar. Pero una década atrás, cuando Rusia era sólo un puzzle frágil que batallaba por cuadrar, en el centro mismo desde donde se gestaba una clase de los millonarios más voraces y lujosos, Aliona Doletskaya tomaba el mando del Vogue Moscú.

Aliona viene de otro mundo. Como mujer de la órbita soviética, su educación ha sido firme y tiene un doctorado en lingüística comparada. Y en agallas: hace unos meses le puso las pilas a la organización de la Semana de la moda de NY explicándoles que los medios de su país no podían estar en la segunda fila de las grandes pasarelas cuando un porcentaje enorme del mercado de la alta costura es consumido por los rusos. Como tenía razón, se la dieron. Desde entonces, los medios la han coronado sucesora de la Wintour y todos los focos están sobre ella.

La edición rusa del Vogue nació el mismo día en que se declaró la peor crisis económica de la Rusia post URSS. Salió con diez ediciones al año, hoy tiene doce con especiales y alcanza los 200.000 ejemplares. Según datos del New York Times, en el pasado mes de septiembre consiguió 340 páginas de publicidad.

Desde entonces, su voz acigarrada no pasa por alto. El NY Times le dedicó un artículo titulado Por qué la editora del Vogue Ruso está captando tanta atención, donde se rendía a sus pies de rara avis.

Se da sus lujos, ha llevado de portada a la modelo rusa Natasha Poly durante dos meses seguidos, algo que ni Wintour ni Roitfeld harían.

La Doletskaya sabe que posee la representación de una de las franquicias más rentables e influyentes del mundo de la moda global, pero también sabe, y está orgullosa, del pasado glorioso de su país. Su última portada, con la modelo Anna Selezneva, refleja a su juicio «el pasado bizantino de mi país, con su amor por los baños de oro, que está llegando sencillamente hacia la cima… los rusos están siendo, de lejos, los más sofisticados».

«Lo que quiero decirle a mis lectores es que somos parte del mundo. Ya no más esas criaturas salvajes y poco amigables detrás del muro».

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