El matrimonio más sólido del mundo lo derribó la democracia

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Una sueca con un extraño desorden fetichista asegura haberse casado con el muro de Berlín

Eijida Riita tenía sólo siete años cuando lo vio por primera vez. Pasaban unas imágenes por televisión y ahí estaba él. Era apenas una niña y no pudo quitárselo nunca más de la cabeza. Quedó confundida y alterada ante las formas y la textura de aquella mole gris que mostraba la pantalla. Ella cree que desde entonces comenzó a tener esta peculiar forma de fetichismo.

Hoy Eija Riitta Berliner-Mauer tiene 54 años y si viviera en España su apellido sería Muro de Berlín. Y es así porque, según asegura, se casó en 1979 con el bloque de hormigón tras ser diagnosticada con una extraña patología de atracción sexual hacia los objetos. Ella prefiere llamarlo animismo, es capaz de ver los objetos como cosas vivas.

La sueca asegura que en vidas pasadas tuvo relaciones con otras construcciones como rejas, estaciones de tren, puentes, etc., y que su vínculo con el muro, que dividió a la ciudad alemana desde el 61 hasta el 89, es tanto emocional como sexual.

Blanca y radiante

Su pasión, que data desde los siete años, la llevó a coleccionar fotografías de «él», hasta que finalmente se animó a visitarlo. Fue un flechazo. La boda se ofició ante un grupo de amigos íntimos durante la sexta visita. Ella estaba de blanco y pletórica. El muro parecía impávido.

Para la señora Muro de Belín es la relación más importante que ha tenido. Se mantiene virgen a los humanos, no así con su murito, con quien asegura tener relaciones sexuales plenas. Menos mal que tras la caída del bloque oriental, le quitaron las alambradas, piensa uno.

«Considero que las formas largas y delgadas con líneas horizontales son muy sexys. La Gran muralla china, por ejemplo, es atractiva pero es muy gruesa, no como mi marido», se puede leer en su delirante web donde cuenta que necesitaba algo seguro y firme en su vida «¡hasta que te encontré a tí, mi amado muro de Berlín!».

Crisis matrimonial por factores externos

El peor drama de su vida devino con la caída del comunismo. Hordas enardecidas tiraron abajo la inmesa mole y al día de hoy sólo quedan pocas partes erguidas como un museo al aire libre.

«Lo ví por televisión. La apagué, cerré las ventanas, corrí las cortinas, cerré las puertas y me encerré en mí misma. No podía ver lo que le hacían a mi marido», recordó en una entrevista en el Calgary Sun.

Desde entonces que no ha vuelto a visitarlo. Afortunadamente ha encontrado consuelo una reja de un jardín vecino, según apuntó el diario británico Telegraph.

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