Esta semana me tengo que despedir de una de las personas más importantes que he tenido en mi paso europeo. Se vuelve a su Colombia natal y de sólo pensarlo se me quiebra el corazón. Ha sido de los grandes apoyos y luces en estos nueve años. Todo pintaba para que esta fuera una semana tristona de despedidas. Hasta que la amistad y la vida se conjugaron para doblar el destino y vengo llegando de una cumbre increíble con mis dos yuntas de la enseñanza media. Hacía años que no estábamos los tres juntos y nunca hubiese pensado que volveríamos a estarlo: tomando desayuno, hablando hasta el hipo, riéndonos como si nos pagaran, recordando chistes añejos…
Ya estamos grandes y cada uno ha tenido sus batallitas, algunas más amargas y más triunfantes que otras. Pero habitó entre todos esa cosa mágica que tiene el cariño y el tiempo parecía no haber pasado nunca; éramos los mismos tres de hace casi 20 años (¡qué cifra atroz!) y nos faltaba sólo salir a apedrar faroles en barrios sin hacerse, pasear por Emilia Tellez, piropear chicos guapos, las primeras borracheras…
La vida sigue su curso en un eterno play y la amistad, de las cosas opcionales más hermosas y frágiles que tenemos, también camina a su aire. Encuentros, desencuentros, pérdidas… el camino que uno toma se bifurca y vuelve a encontrarse años más tarde. A veces nunca lo hace.
Dejé mi país hace ya 9 años y desde entonces tengo un reguero de amigos, todos dispersados por lo ancho de globo. Conservo a mi primera amiga, de todos los trabajos que he tenido he sacado al menos un par o tres de imborrables. Tengo yuntas de mi veranos de niña, de la piscina, de la plaza, la universidad, de la práctica profesional…y también hay muchos que desaparecieron en el horizonte.
Los amigos han sido algo que me ha marcado profundamente. Muchísimo más que los novios. Fui más “amiguera” que “polola”. Desconfío profundamente de esa gente que no tiene amigos o de los que los sólo se aferran a un grupo, como por ejemplo, los del colegio y nada más. Con mis muchos y buenos amigos han habido peleas, desapariciones, odios, amor, miedo, rabia, risas (¡cuántas risas!), descubrimientos, aceptaciones, llantos, calor. Y todo ha valido más que la pena.
Con muchos de ellos no tenemos nada que ver. Hemos tomado decisiones diametralmente opuestas y si nos juzgamos, todo termina por pasar. Los amigos han jugado a hermanos en momentos claves y espero que muchos sientan lo mismo por mí.
Me cansan ya las despedidas, son años en ese ritual. Pero hay con muchos de mis amigos, de las personas más bonitas que la vida me ha regalado, que no importan cuánto años pasen, volver a verlos es sencillamente como quitar el “pause” y luego todo fluye igual.
**A Joselo, Loreto y Clara**