El sábado 15 de febrero del 2003 se recordará como la mayor manifestación por la paz de la historia y la primera con un perfil global. Así lo definió en su editorial el diario barcelonés La Vanguardia. Y con orgullo, puesto que la marcha de Barcelona, con un millón 300 mil personas, fue la segunda más numerosa del mundo después de Roma con su millón y medio.
Las manifestaciones más grandes se dieron justamente en los países cuyos gobernantes han mostrado un apoyo irrestricto a la administración de George Bush. Roma, Barcelona, Madrid y Londres (ambas con un millón de manifestantes) arrastraron cerca de cinco millones de ciudadanos pese al implacable frío del invierno europeo. Manifestaciones en las que, bajo el nombre de la paz, se cruzaban sentimientos y motivos. El antiamericanismo de la población civil por un lado, la oposición a los respectivos gobiernos por otro y sobre todo el rechazo a la guerra de un continente testigo y protagonista de los sangrientos conflictos mundiales del siglo XX.
«Las guerras las declaran los líderes y las padecen los pueblos», dice un señor que marcha serio junto a su esposa en la manifestación madrileña. Ambos deben tener setenta y tantos años y su rictus es muy grave.
«¡Estamos en contra de la guerra porque no es justo que nos metan en un tinglao bélico para que otros se beneficien! ¡Piden el desarme de Irak… por qué no se desarman ellos!». Su esposa lo interrumpe, quizás vaticina una subida de presión y dice más calmada: «No es que estemos a favor de Saddam, ése es un criminal… ¡pero lo que no queremos es la guerra! Yo la he vivido, era muy niña y no quiero más guerras».
«¡Y estamos absolutamente en contra de los americanos, que los odio!», chilla el marido que ha permanecido enrabiado todo el tiempo.
Es completamente imposible avanzar. La gente lleva una hora y media y la manifestación no se ha movido un metro. En Barcelona está pasando lo mismo.
Hay banderas de los republicanos de la época de la Guerra Civil. Más allá hay un grupo de jóvenes eufóricos que gritan: «¡Menos misiles y más botellones!», en alusión directa a la ley promulagada hace un par de meses que prohíbe beber alcohol en las calles. Se hacen llamar «Borrachos contra la Guerra». Y vaya que se lo tomaron en serio.
Está lleno. Miles de personas de todos lados, niños sentados en los hombros de sus padres, jóvenes, ancianos, muchos «okupas» reclamando contra la guerra de la especulación inmobiliaria, la plataforma zapatista, gallegos del movimiento «Nunca mais» que reclaman por el desastre del petrolero Prestige. Gritan: «Aznar, bigote, recoge chapapote», el líquido negro que inunda las costas de Galicia en estos días.
El antiamericanismo
«¡Colón, qué hiciste, por qué los descubriste!», comienzan a gritar unos tipos y de pronto se convierte en clamoro masivo. Hay mucho de fiesta en todo esto. La inmovilidad de la concentración hace que la gente salte y participe. Comienzan las bromas constantemente. Ya nadie espera llegar a la Puerta del Sol donde estará haciendo un discurso el flamante candidato español al Oscar, Pedro Almodóvar.
Los españoles están orgullosos de su cineasta. Y lo más paradójico es que se hinchan de orgullo con estas nominaciones de la Academia norteamericana.
No obstante, el sentimiento contra Estados Unidos parece estar muy arraigado en Europa. Al menos en la continental. Durante las manifestaciones de París y Berlín (donde se realizó la mayor concentración desde la caída del Muro) se repartieron pegatinas que proclamaban «La Vieja Europa», en alusión directa a las fuertes declaraciones que hace pocos días profirió el secretario de defensa norteamericano Donald Rumsfeld. Junto con otras como: «Francia suele estar en desacuerdo (…), los franceses suelen mostrarse recalcitrantes sobre un montón de cosas». Sumadas éstas a las comparaciones de Alemania con Cuba y Libia, The New York Times argumentaba hace poco que «sólo un imbécil o quizás un francés» podía ser insensible a las declaraciones de Colin Powell acerca del peligro iraquí.
Es que la nueva Roma ya no se siente intimidada por los viejos griegos, reflexionaba un periodista respecto a la actitud de EE.UU. Al contrario, para un norteamericano antieuropeo, el estereotipo del viejo continente radica en la debilidad, la hipocresía, el antisemitismo y la opción de gastar sus presupuestos en gigantescos estados de bienestar mientras EE.UU. debe poner orden y hacer el trabajo duro.
Por estos días las páginas de opinión de los principales periódicos se debaten en retorcidas reflexiones sobre fantasmas históricos. Porque es verdad que EE.UU. liberó a Europa del nazismo y la reconstruyó económicamente. También es verdad que el pacifismo y la cautela de las potencias europeas facilitaron el avance del nacismo y el exterminio de judíos y gitanos, además de los millones de muertos de la guerra. Y más cercano está el conflicto de Kosovo, donde la intervención norteamericana fue la que bajó a Milosevic del trono y al banquillo del Tribunal Penal Internacional. No los debates pacifistas europeos.
Otros argumentan que el intervencionismo tampoco es la panacea ya que Bosnia sigue despiezada, los nacionalismos fanáticos arrasando en las elecciones y la economía paralizada. Y que Kosovo parece la Colombia europea debido a los numerosos enfrentamientos entre mafias locales y poderes emergentes.
Es difícil definir los motivos que llevaron a tantos europeos a marchar el sábado 15. Está claro que no quieren la guerra. Se ve también que muchos defienden la identidad de Europa como antiamericanismo, sobre todo ahora que la solidez de la Unión Europea se encuentra en jaque.
El día después
Óscar, un joven de Barcelona, analiza la situación días antes de la gran marcha. No cree que sean genuinos los afanes pacifistas de los gobernantes europeos. «Tradicionalmente siempre se muestran en contra de una guerra porque es muy fuerte mostrar esa actitud ante una ciudadanía contraria a la guerra. Pero es sólo un show. Finalmente Europa se va a plegar y habrá guerra».
Parece haber una mayoría que no se traga ni los afanes pacifistas de los franceses y los rusos ni la guerra contra el terrorismo de EE.UU., España, Italia y el Reino Unido. Están convencidos de que hay un solo gran interés en todo esto y que es el petróleo iraquí.
Las pancartas «No a la Guerra por el Petróleo» o «No Vidas por Petróleo» dieron vuelta el globo en distintos idiomas.
Michelle, una periodista parisina que estuvo presente en la manifestación, comenta que «en Francia están todos contentos, hasta los sectores conservadores, con la actitud de Francia por el veto en la ONU. Pero se ve que a nivel ciudadano la gente no se siente informada por los medios de comunicación y no saben hasta qué punto los puede afectar que haya o no una guerra o qué está pasando en realidad en Irak».
Es posible también que exista una sensibilidad especial porque la población árabe en los países europeos es enorme. En Francia, por ejemplo, la segunda religión del país es la musulmana.
Los londinenses, haciendo gala de su humor, marchaban con divertidas pancartas de «Hagamos Té no la Guerra».
Andrew, un londinense que estudia en la London School of Economics, comentaba la gran manifestación que rodeaba en millón de personas. «Es complicado que Blair esté jugando en contra de la opinión pública y que además lo reconozca abiertamente. A la Thatcher le costó su carrera cuando promulgó el «Poll tax» sin el apoyo popular. En todo caso, muchos no alcanzan a definirse absolutamente contra la guerra porque Saddam es siniestro. Pero Bush también. Ambos están con discursos mesiánicos. Y nadie termina de creerse las razones de Bush para atacar».
En Europa no han subido los precios y el dólar está por debajo del euro. Pero si hubiera un atentado terrorista o si la economía y el día a día se vieran afectados, habría que convocar a otra manifestación para ver qué tan genuino y popular es el rechazo a la guerra.