adivinando el parpadeo de las luces que…

Hace una semana que aterricé en Santiago de Chile y el asombro no me deja ni por un sólo minuto.
La ciudad de 6 millones de habitantes se ha conjurado en una primavera verde furiosa que encandila al tonel de pólenes que flota en el aire y que me entorpece los suspiros.

El parque forestal está precioso y por las tardes las parejas de todas las edades se abrazan, retuercen, manosean, besan y revuelcan como si fuera un flashmob pero no lo es. Es el amor a la chilena, donde la gente se ama con desespero en las plazas, los coches aparcados, los moteles parejeros, facebook y donde sea posible porque el amor les recuerda que la vida es intensa y te arranca del día a día ensordecedor.

Aquí Sudáfrica no es un país africano sino el próximo destino de todas sus ilusiones. A tal nivel que les anima hasta hacer planes de salir de la parrilla de algún jardín y tomarse un avión más allá de la cordillera.

Todo el mundo habla de política. Todos tienen una opinión y están dispuestos a discutir por el candidato que odia, apoyan o ningunean.
Y nadie dice que no, todos sonríen y mienten como condenados. Las falsas promesas como formato estético.
Había olvidado lo densos que somos, lo alegres que somos, lo frágiles que somos.

Y los quiltros…centenares de perros callejeros tomando el sol en las esquinas, inalterables al ir y venir delirante de la ciudad.
Este tercer mundo plus tiene ese qué se shó…

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