No hay artículo de prensa, reseña bibliográfica ni crítica literaria en Estados Unidos y Europa que no haya seleccionado la primera frase del libro de Michael Greenberg para graficar el doloroso viaje del narrador: “El 5 de julio de 1996 mi hija se volvió loca”. Así de duro.
El testimonio de este escritor neoyorkino no pertenece a las ficciones literarias que publica desde hace años en The Times Literary Supplement, The Village Voice o The New York Review of Books. Hacia el amanercer cuenta con calma el drama que afectó a toda su familia desde el minuto en que la hija menor, Sally, de tan sólo 15 años, comenzó a perder la razón. “Me siento como si estuviera viajando sin parar, sin ningún sitio al que volver”, dice la adolescente en uno de los escasos minutos de lucidez que le permitió su psicosis maníacodepresiva.
Sally llevaba un tiempo obsesionada leyendo a Shakespeare, escribiendo notas compulsivamente en un cuaderno y escuchando una y otra vez la misma pieza de música clásica. Su padre la miraba casi con dulzura ya que interpretaba todo aquello como un despertar intelectual. Desde hacía unos años que la hija menor de su primer matrimonio vivía con él en Nueva York y su segunda mujer. Sally y su madre no habían logrado convivir bien. Su madre vivía en el campo abrazando las tendencias new age y la joven había heredado la vocación intelectual de su padre judío, era más racional, más oscura y, a veces, arrogante. Tampoco fue una niña fácil, hubo que cambiarla a un colegio más personalizado, los últimos años con su madre fueron extremadamente duros por la urgente necesidad de límites que necesitaba la chica y la incapacidad de la madre para aplicarlos.
Con su padre las cosas iban bien. Con la pareja de él también y la apatía que mostraba Sally se explicaba como un típico comportamiento adolescente. Hasta que un día, después de cenar con unos amigos, se encontraron con que Sally había sido llevada a casa por la policía tras protagonizar un delirante episodio en el que paraba el tráfico y a los peatones para explicarles que tenía una visión: el cómo recuperar la divinidad que perdemos tras dejar la infancia.
Fue un verano infernal en Nueva York. El escritor se vio solo, dentro de una maraña psiquiátrica, sin seguro médico, con su hija enferma y enfrentando con pánico esta situación de la mano de quien llevaba tan sólo dos años siendo su mujer. Ingresaron a Sally a un hospital público y compartieron sus días con otras familias igualmente destrozadas y fuera de lugar, aprendiendo un léxico totalmente ajeno y limitándose a observar la evolución de la adolescente que pasó de la euforia descontrolada e iracunda a una abulia casi mortal por la medicación a la que fue sometida. El padre no sabía cómo enfrentarlo ni mucho menos a quién acudir. “No es fácil explicar que tu hija está loca. No quieres hacerlo, la quieres proteger de los prejuicios”, explicaría a CARAS.
Dieciséis años pasaron desde aquel viaje familiar hacia las fauces de la locura y Michael Greenberg recién ahora ha sido capaz de narrar aquel verano del ’96. El resultado es asombroso. Hacia el amanecer (editado en España por Seix Barral), se ubica en el segundo lugar del ranking de los mejores libros del 2008 según Amazon, entre los diez mejores del año pasado según la revista Time, acaba de llegar a Europa de la mano de catorce editoriales y ya se han vendido los derechos cinematográficos. Oprah lo reverencia, el mediático neurólogo Oliver Sacks lo alaba y la escritora best seller Joyce Carol Oates define el libro así: “este testimonio trasciende lo particular y lo excéntrico para convertirse en arte logrado a muy alto precio”.
“Hacia el Amanecer” funde su visión como observador, como padre y como escritor que busca en referentes literarios alguna explicación a lo que le está pasando. Por allí están James Joyce y su negación a la esquizofrenia de su hija Lucia o las paranoias del pianista Robert Schumann. Nada es suficiente para entender por qué su hija mejor le ha sido arrebatada por una fuerza extraña que la devora, que habita en ella y que la hace hablar una avalancha de sin sentidos, fundidas con arrebatos de creatividad maravillosa, episodios de violencia hasta llegar a la abulia.
Tras esos tres meses y con la fortuna de caer en manos de buenos especialistas, Sally logró estabilizarse y retomar su vida. De hecho, volvió al colegio tras acabar ese verano. Sabe que vive con una enfermedad que la desequilibra y debe medicarse y controlarse cada cierto tiempo. Ha vuelto a estar ingresada y las crisis han reaparecido pero de manera distanciada y con todo un entorno que hoy comprende lo que ocurre y cómo se ha de actuar. Tiene 30 años y vive con su madre en el campo. Michael Greenberg decidió volver a ser padre junto a su pareja. El episodio de Sally los unió más que nada hasta ese entonces.
¿Por qué decidió escribir algo tan personal?
Comencé a escribirlo ya que fue una experiencia tan transformadora tanto para mí como para mi familia que necesitaba hacerlo. Este libro no existía antes. Mucha gente ha escrito acerca de sus experiencias con la locura pero han sido quienes la padecen en carne propia, como Sylvia Plath. Pero nadie lo había escrito desde la otra orilla, desde quien vive el proceso de un ser querido y pensé que eso era algo que estaba faltando. Impactó de un modo tan fuerte a toda mi familia y la manera en que nos relacionábamos hasta entonces y cómo nos veíamos a nosotros mismos y en nuestras relaciones que pensé que como escritor era algo que debía contar.
¿Cómo lo ve ahora, quince años después?
Lo veo como una tormenta, como una fuerza de la naturaleza que en vez de venir de afuera vino desde dentro. Entiendo este tipo de enfermedad mental como una fuerza misteriosa que habita con nosotros desde siempre, a través de la historia. Hay casos de enfermedades mentales en las tragedias griegas y en el Antiguo Testamento. El rey Lear, por ejemplo, era un paranoico. Es algo que ha estado con nosotros desde siempre y hay que manejarlo como el misterio que es. De hecho los psiquiatras son los primeros en decirte que es un misterio. Acepto a mi hija como una persona especial, no diría que dotada pero de cierta modo posee un don, aunque sea difícil para ella tenerlo y para nosotros. Hay que aprender mucho de nosotros mismos.
¿Qué fue lo primero que pensó cuando supo que su hija sufría una enfermedad mental?
Busqué una razón como todo el mundo de por qué a mi hija le pasaba esto. Hay una cosa muy poco humilde en la culpa y es pensar que tiene que ser uno el que le ha provocado un desorden mental a su hija. Hasta que en un minuto me di cuenta que esto era mayor que yo, más grande de cualquier trauma que yo hubiese podido causarle para que Sally sufriera tal transformación. Es cierto que su madre y yo nos habíamos divorciado pero fue una ruptura amistosa. Era imposible encontrar una culpa aunque quería con todas las ganas de encontrarla en mí.
Debe ser normal pensar así…
Es la reacción obvia de los padres pero es la errónea porque estás acrecentando tu propio sufrimiento ya que no sólo estamos batallando con el sufrimiento de nuestros hijos si no que agrandamos el nuestro y lo que se necesita en esos momentos es ser fuertes y ponerte por sobre todo ello. De hecho, tras todo lo que ocurrió, Sally se siente culpable por habernos hecho pasar por lo que todo ese estrés y dolor. Siempre nos pide perdón a mí y a mi pareja. Ya hay suficiente culpa entre todos y no sirve de nada porque no tiene nada que ver con lo ocurrió.
La gran mayoría de los padres tienen el terror que sea abusos de drogas pero yo ansiaba que fuera eso porque temía que lo de Sally fuese algo mucho peor.
Su libro ha tenido mucho éxito tanto entre psiquiatras como en adolescentes
En Estados Unidos está teniendo muy buena recepción. Es un libro que no te dice cómo vivir la experiencia pero te da compañía. A mí me hubiese gustado tener un libro así cuando atravesaba por todo aquello y es por eso que lo escribí. Creo que es para aliviar la soledad que es una cosa tremenda por la que vive la familia y la gente que padece estas enfermedades. La gente me ha agradecido precisamente eso, ya que el libro de cierta modo los acoge.
¿Qué concepto tiene de las enfermedades mentales ahora?
Creo que les tememos ya que es una enfermedad muy especial y que para nosotros es muy difícil llamarla enfermedad ya que está vinculada al comportamiento y toda nuestra formación social y cultural desde niños nos dice que este es el factor que podemos controlar. Es muy duro aceptar que perdemos el control, que la voluntad se escapa. Hay una resistencia cultural, un miedo a ello. Lo entiendo, lo tuve yo mismo, es parte de nuestra humanidad, así que creo que es importante que lo aceptemos.
Su hija tenía quince años cuando le sucedió todo, ¿en qué momento se dio cuenta de que no era simplemente rebeldía de quinceañera?
Al principio pensé que Sally estaba teniendo el típico comportamiento adolescente y que estaba viviendo un despertar intelectual. Estaba muy enérgica, leía muchísimo y me trataba con la típica actitud de rechazo de la gente de su edad. De hecho yo estaba hasta feliz porque pensé que estaba descubriéndose a sí misma. Pero hubo un momento muy claro, un día en que nos dimos cuenta que ya no era un asunto adolescente. Estaba sufriendo, tenía una especie de energía tremenda que no podía contener, su lenguaje se tornó incoherente, su manejo del lenguaje era algo tan inmenso que no podía abarcarlo y sus habilidades comunicacionales tocaron fondo. Comenzó a correr por las calles, paraba el tráfico y a la gente diciéndoles que tenía una visión.
¿Pensó que su hija consumía drogas duras?
A ese punto nos dimos cuenta de que algo había grave pasado. La gran mayoría de los padres tienen el terror que sea abusos de drogas pero yo ansiaba que fuera eso porque temía que lo de Sally fuese algo mucho peor. Cuando la llevamos al hospital pedí que comprobaran si había ingerido drogas y salió negativo. Para mí aquel resultado fue devastador porque me esperaba que el problema fuese temporal.
Usted tiene un hermano que es enfermo mental, ¿cambia mucho el modo de mirar la locura cuando se trata de su hija en vez de su hermano?
Es tan distinto cuando es tu hermano. Mi hermano siempre ha sido así, es cinco años mayor que yo y lo he aceptado como si siempre hubiese sido así, del mismo modo que los niños ven el mundo como si todo nunca hubiese cambiado. Pero cuando le ocurrió esto a Sally temí terriblemente que mi hija terminara como mi hermano cuando tuviese treinta años. Pero es muy distinto, mi hermano es un sociópata, teme a la gente, como una condición ancestral. Nunca hablé de mi hermano de lo que ocurría con Sally en aquella época. Cuando lo terminé le dí una copia y le dije que él era uno de los personajes principales. Antes de devolvérmelo me dijo: “Si dices la verdad acerca de mí no lo quiero leer”.
Uno de los momentos más dramáticos de su libro es cuando su madre, para liberarlo de la angustia de que Sally hubiese heredado la enfermedad de su hermano, le confiesa que el origen del transtorno de su hermano fue el desamor de ella como madre. Es curioso que algo tan tabú sea a la vez una manifestación de amor maternal hacia usted. ¿Cómo vivió esa dicotomía en medio de la tormenta?
Creo que mi madre me dio coraje porque me estaba revelando algo que era muy íntimo y tabú; lo hizo como una acto de generosidad para salvarme de la ansiedad. Ella veía como estaba sufriendo de ansiedad con todo lo que ocurría a mi hija y el pánico que me producía que yo le hubiese trasmitido la enfermedad de mi hermano por los genes. Se estaba sacrificando de un modo muy fuerte. Por eso me preocupaba mucho el retrato que estaba construyendo de mi madre.
Aunque está hecho con amor, ella está revelando algo que no la hace ver bien, está contando un tabú. Pero ella me apoyó con el libro y me dijo “No se lo mostraré a mis amigas”.
Lidiar con la locura muchas veces saca el loco que uno lleva dentro, ¿le ocurrió eso a usted?
Cuando estás dentro de estas crisis crees que todo el mundo está enfermo mentalmente. Pero curiosamente yo no me comporté como un loco sino con una suerte de sobriedad y una sanidad y una seriedad que generalmente no tiene. Me puse doblemente cuerdo, era como si estuviese guardando la cordura de Sally para cuando ella regresara, para cuando estuviera lista para recibirla.
No sé si fui tan cuerdo pera al menos así me sentí.
Como escritor, ¿qué figura le viene a la cabeza para explicar lo ocurrido en su familia?
Después de todo, veo a nuestra familia como un pequeño bote que flotaba en las frecuentemente mansas aguas de la humanidad hasta que una tormenta azotó el bote, destrozándolo en pequeños pedazos. Hacia el final de la tormenta, cada uno de nosotros está agarrado a una pequeña tabla, flotando y mirándonos los unos a los otros absolutamente impresionados, sorprendidos de estar vivos. Tuvo un impacto muy grande en todos nosotros.
¿Y fue a partir de esa imagen estructuró el relato?
Yo quise recrear ese verano, esa tormenta, como si estuviese ocurriendo ahora mismo para que el lector se sumergiera en ese momento, sin la sabiduría que te dan los años de distancia. Por supuesto ahora todos hemos aprendido a vivir con esto. Sally ahora tiene 27 años y tiene su periodos de peligro y de encierro pero ya sabe vivir con ello. Es maravillosa, vibrante, alegre, una gran miembro de su comunidad. Ella siempre dice, aunque yo no concuerdo con ello, que “si yo no hubiese nacido con esta enfermedad no sé si hubiese podido aceptarlo porque no sé como pensarme a mí misma sin ella. Es parte de mí”. Siempre decimos: “tengo cáncer, tengo diabetes” pero con la enfermedades mentales decimos “soy maníaco depresivo, soy esquizofrénico”, en nuestro lenguaje lo entendemos como es parte de nosotros.
¿Qué tipo de literatura escribía antes?
Yo escribía cosas muy distintas. Como un escritor siempre me preguntaba si estaba entretenido al lector o lo aburría. Nunca pensé en escribir algo tan personal, tan cerca al hueso. De cierto modo escribir este libro fue una experiencia que me levantó el ánimo porque me importaba demasiado. Es maravilloso escribir sobre algo que te importa tanto aunque se te hace muy difícil. Quería conducir al lector gentilmente hacia otro mundo pero no quería escribirlo como un cuento de hadas, quería decir la verdad. Nunca pensé que fuese tan exitoso, ni siquiera entre gente que no había vivido esta experiencia.
Es muy original, además, que sea la visión de un padre
A los padres a veces los describen mal. Sylvia Plath hablaba del padre maligno, yo quería restituir el padre benigno. Es una historia muy de padre e hija, que siempre ha sido un vínculo muy especial.
La locura es muy seductora artísticamente hablando, ¿cayó en ese hechizo?
Mi hija de pronto era una poetiza nata, era como si de pronto se hubiese convertido en Keats, era como si esta niña de quince años supiera todo el lirismo que hay en el mundo y lo estaba devolviendo a la vida. Era muy impresionante pero hay un peligro de romantizar esta condición y verla como algo artístico y estético. En la realidad ella es muy artista pero no puede sostener la concentración como para hacer algo completo. Además la psicósis tiene una gran lógica, crea explicaciones para todo.
Pingback: GhostLink
Realmente me sirvió mucho tu testimonio, porque yo estoy pasando lo mismo. Mi hija se enfermo de esquizofrenia heferbrenica en al adolescencia en estos momentos está con la ayuda de Dios a través de la oración y también con ayuda psiquiatría. Me gustaría que pudieras enviarme el libro que escribiste : Hacia el Amanecer-
Te estará muy agradecida esta madre, que Dios te bendiga.
Carolina Espejo.
yo estoy igual y estoy muy triste