Tres millonarias para tres gigolós

Hay quien dice que cuesta lo mismo enamorar a un rico que a un pobre. Aquí, tres historias sobre quienes optaron por hacer de esta frase un leitmotiv y así financiarse su frívola existencia: El gigoló y doña BMW, ¿Quién es Clark Rockefeller? y El amigo de la millonaria.

El gigoló y doña BMW

Bastó un sólo hombre de apariencia frágil y sencilla para poner en jaque a una de las principales fortunas del mundo. Bastó su sonrisa, su protección y su impactante capacidad de chantaje.

Susanne Klatten tiene una imagen bastante sosa. De piel muy blanca, labios finos y ojos claros, apenas se maquilla, lleva el pelo corto y lo peina de manera sobria, como casi todo en ella. Tiene 46 años y su delgado cuerpo ha resistido bien tres embarazos y sus respectivas crianzas. Está casada desde hace años con el mismo hombre y hasta hace muy poco su imagen era casi desconocida para el mundo. Pero de un día para otro, la mujer más rica de Alemania, la número 35º en la lista Forbes, tuvo que salir a defenderse en lo que la prensa llamó “el juicio del año: el gigoló versus la billonaria”.

Corría el mes de octubre de 2007 cuando su celular anunció un mensaje. Era de Helg Sgarby, un suizo de 44 años con quien había mantenido una tórrida relación amorosa durante ocho semanas el pasado verano europeo. “Mientras tu riesgo es muy elevado, el mío es irrelevante”, rezaba el mensaje.

Klatten sabía perfectamente a qué se refería. Sgarby le exigía cuarenta y nueve millones de euros (más de treinta y siete mil millones de pesos) a cambio de no divulgar a su familia, a los medios de comunicación, a sus empresas y a cuanta fundación preside una grabación de 38 minutos en la que la pareja aparece en pleno acto sexual y que fue registrada sin el conocimiento de ella.

No era la primera vez que Sgarby le pedía dinero ni tampoco la primera vez que extorsionaba a una millonaria. Pero esta vez lo hacía con la heredera del imperio BMW, la segunda mayor fortuna de Europa. En la única entrevista que ha dado Klatten desde que se conociera el escándalo, se ha limitado a decir que cuando era evidente que la estaban chantajeando: “me dije a mí misma, eres una víctima y debes defenderte”.

Las extorsiones de Sgarby continuaron. No iba a dejar escapar una de sus mejores conquistas: un patrimonio de ocho mil millones de euros no los tiene cualquiera. Mientras estaban juntos había conseguido que ésta le prestara siete millones de euros (cerca de cinco millones y medio) tras soltarle una de sus clásicas y más efectivas mentiras: estando de viaje en Estados Unidos, había atropellado a una niña y su familia le exigía diez millones de euros. Él ya había desembolsado tres pero necesitaba el resto del dinero porque, para colmo, la familia de la niña muerta era mafiosa.

Conmovida, Klatten accedió al préstamo y le entregó el dinero dentro de una caja de cartón con catorce mil billetes de quinientos euros una tarde en el estacionamiento subterráneo de Hollyday Inn de Münich. En ese mismo hotel fue donde Sgarbi, con la ayuda de un cómplice que se hospedó en la habitación contigua, orquestó la grabación que ahora usaba para sacar la gran tajada.

Había intentado convencerla para que abandonara a su marido y a sus niños y que juntos formaran una nueva vida, lejos de todo, previo desvío de 290.000.000 de euros en un fondo de inversiones para financiarla (alrededor de $223.317.782.533).

Fue también en un estacionamiento, pero el de una autopista austriaca, donde Sgarbi citó a su antigua amante el 14 de enero de 2008 para que le entregara el dinero. Mientras esperaba en su Mercedes Benz 300 -¡ni siquiera un BMW!- el gigoló fue arrestado por la policía enfrentado cargos de extorsión.

La pareja se había conocido en el mismo país donde Sgarbi planeaba dar por terminada la operación. El lugar elegido fue el exclusivo Spa del hotel Lanserhof en Innsbruck, Austria, uno de los lugares más lujosos y privados de los Alpes. Helg sabía que ese lugar era terreno fértil de millonarias. Meses antes había conseguido seducir a Mónica S., de 48 años, a la que le había sacado 294.000 euros ($226.348.275).

La táctica era más o menos la misma, buscaba un minuto en el que las veía solas. Se acercaba de manera discreta, buscaba tímidamente conversación, desplegaba su encanto y las escuchaba. Allí la llave maestra: las escuchaba, las hacía sentir especiales, sentirse inolvidables.

La policía ha descrito al abogado de profesión, ex empleado del Banco de Crédito Suizo y militar del mismo país, como un sujeto con la capacidad “de leer a las mujeres como a un mapa. Cada cosa está señalada, cada curva en el camino”.

El aspecto de Helg Sgarbi encierra aún más misterio. Durante el juicio que se llevó a cabo recientemente en Alemania, el suizo mantuvo su sonrisa de seminarista severo y melancólico ante los más de cien periodistas acreditados que esperaban al más conocido como el “gigoló suizo”. Su aspecto distaba años luz de James Bond, Brad Pitt o Javier Bardem, por nombrar algunos guapos. Muy por el contrario, Sgarbi compareció ante el tribunal con un elegante traje negro dos tallas más grandes, el pelo rubio corto, cara de pájaro y un aspecto más cercano a un geek (freak informático) que a un auténtico Casanova.

Pero volvamos al spa de Innsbruck. Sgarbi había intentado, sin éxito flirtear con Klatten, hasta que volvieron a “encontrarse casualmente”. La millonaria leía El Alquimista, de Paulo Coello. Pase gol. Él le soltó: “es mi libro favorito”. Establecida la complicidad de almas solitarias leyendo autoayuda de un bestseller brasilero, el suizo le explicó que era asesor especial del estado suizo y que trabajaba en misiones de alto riesgo en zonas de crisis. Guau. Con eso envolvía su profesión en un halo de misterio digno de 007 al que la mujer no se atrevió a preguntar más.

Las conversaciones se fueron alargando en cualquiera de los seis idiomas que maneja el hombre de modales refinados, la atracción se disparó alimentada por mensajes de textos apasionados. Sgarbi, como buen seductor, sabía que las mujeres posee un sensible clítoris en el oído. Según Klatten y otras cuatro acaudaladas víctimas de éste que han prestado testimonio para llevarlo al baquillo de los acusados, el suizo daba la imagen de un ser frágil, «muy triste y digno de que lo ayudaran»

Esa misma impresión fue la que se hizo la condesa suiza Verena du Pasquier- Geubels, cuando en el año 2003, un joven cincuenta años menor que ella, la estafó con 30 millones de francos suizos, seducción mediante. Esa fue la primera relación que tuvo Sgarbi con la prensa, pero para su fortuna, consiguió devolver gran parte del dinero y la condesa desestimó la demanda y la una condena de seis meses quedó flotando.

Dos años después, Christina Weyer, esposa de un rico comerciante alemán, se rinde ante los encantos de un joven huérfano nacido en Río de Janeiro y le presta los 2.1 millones de euros que necesita por haber atropellado a la hija de mafioso en Estados Unidos.

Hay más mujeres engatusadas. Una ciudadana británica, Alice T., a quien cortejó en las Maldivas que también es parte de la acusación. Otra que hasta compró las alianzas y una última que desvió millonarios fondos para una futura vida juntos. Pero solamente Klatten ha dado su nombre y cara y de no haberse declarado culpable en el juicio, la multimillonaria habría tenido que ir a declarar públicamente.

El fiscal pedía quince años pero a Klatten le cayeron tan sólo ocho, que cumplirá en una cárcel alemana. En el aire quedan tres grandes dudas: ¿dónde está todo ese dinero?, ¿dónde está la grabación? Y ¿quién fue el cómplice?. Las tres parecen conducir a un sólo camino y es aquí donde esta rocambolesca historia adquiere tintes delirantes: Ernano Barretta, gurú italiano, charlatán curandero de la recientemente terremoteada localidad de Abruzzo y afincado en una lujosa villa que se emplaza en Pescosansonesco

Barretta es un viejo conocido por la prensa europea. Un hombre de 64 años que pasó de la extrema pobreza a vivir rodeado de lujos y fieles, entre los que se encuentran Sgarbi y su esposa Gabrielle. Porque sí, Helg Sgarbi está felizmente casado. Baretta jura caminar sobre el agua, sanar a la gente y amanece con estigmas igual que Jesús en la cruz.

Durante la detención de su discípulo en aquel estacionamiento austriaco, Baretta estaba pocos metros más allá esperando el millonario botín en su Audi Q7. También había reservado la habitación de al lado el fatídico día de la filmación del video sexual que atormentaba a Klatten.

Pero las autoridades italianas se negaron a extraditar a Baretta y su súbdito se negó a culparlo durante el juicio en Münich. La acusación lo omitió y en el aire también quedó la grabación interceptada por la policía días antes de la detención: “he cometido el error de mi vida. ¿Tienes idea de quién es? ¡Es demasiado poderosa! ¡La mujer más rica de Alemania!”. Baretta continúa con arresto domiciliario.

¿Quién es Clark Rockefeller?

Durante treinta años, un sencillo alemán, obsesionado con reinvetarse, interpretó todas las identidades posibles, hasta convertirse en un dandy millonario que consiguió enamorar a una incauta ejecutiva de Manhathan. El próximo mes enfrentará a un juzgado por estafa y doble asesinato.

Clark Rockefeller, Chris C. Crowe, Chris Chichester, Charles Smith, y Chip Smith eran en realidad Christian Gerhartsreite, un inmigrante alemán nacido en febrero de 1960 que había llegado a Estados Unidos como estudiante de intercambio a finales de los setenta, decidido a labrase su fortuna.

El próximo mes de mayo está previsto que comience uno de los juicios más jugosos de este año, donde se le acusa de secuestrar a su hija, suplantar más de una vez su identidad e incluso le puede caer una pena por asesinato.

El caso ha conmocionado a la clase alta de Manhattan. Por mucha meritocracia que destile esa nación, nadie había llegado tan lejos nunca. Gerhartsreiter había conocido a una familia de Estados Unidos durante un viaje en tren por Alemania, quienes amablemente le invitaron a visitarles si pasaba por allí. Partió al año siguiente a dormir en el living y desde entonces comenzó a trepar por la escala social a base de hechizos. Era encantador, perfeccionó su inglés y comenzó a cambiar de identidad por una emparentada con cierto linaje europeo. Su pasado del hijo del carpintero de un pueblucho alemán quedaba muy atrás y sólo un pequeño error, un pequeño detalle como una huella en un vado de vino, podría vincularlo a tan pedestre existencia.

En California hace sus intentonas televisivas y se pasea como productor de televisión y cine. Frecuenta clubes sociales, viste de modo snob y saluda con modales deliciosos a todos los padres, abuelas y tías de las mujeres casaderas de San Marino, un exclusivo barrio donde ha conseguido vivir en la casa de una alcohólica que ni se entera que no le paga el arriendo.

El problema ocurre cuando aparece el hijo de la mujer y su pareja. Al poco tiempo no hay rastros de ellos ni de su camioneta. Para qué hablar del inquilino Chris Chichester quien queda como principal sospechoso de la desaparición de la pareja. Más aún cuando se encuentras los restos descuartizados de ésta.

Nuestro alemán se ha mudado a Connecticut donde se ahora se llama Christopher Crowe y vuelve a frecuentar los clubes privados y a hechizar mujeres mayores. Comienza a dar palos certeros con sus encantos y consigue un contrato como genio informático en una de las firmas más reputadas de inversión de riesgo de capitales, dirigidas por Stan Phelps. Pero le dura poco ya que no se le ocurrió nada mejor que dar el número de seguridad social de célebre psicópata neoyorkino de los setenta y descubierto eso, quedó de patitas en la calle.

Pero da igual, Crowe es inasible al desaliento y le come la oreja a otros viejo millonario encandilado con la sangre azul a la que supuestamente pertenece el alemán y consigue un puesto como director del departamento de oficinas de Nikko Securities en Wall Street con un sueldo anual de noventa y dos millones de pesos que poco le dura puesto que, con suerte, ha terminado el colegio. Salta a otro puesto impactante y luego, probablemente porque alguien le avisa que el FBI le pisa los talones, decide mudarse a la Gran Manzana.

Es Nueva York y nuestro alemán no se va llamar Crowe. Ahora será un Rockefeller, Clark Rockefeller, emparentado con la línea menos millonaria del clan pero no menos vinosa. Astuto como buen observador, Clark asume la santísima trinidad de todo millonario en país creyente y se compra un perro de raza -un setter gordon- una colección de arte contemporáneo donde danzan Rothko, Jackson Pollok y un Modrian y, lo más importante, se hace asiduo a la iglesia más cuica de Manhattan: la de Santo Tomás en plena Quinta Avenida.

Es allí donde vuelve a desplegar sus encantos hasta conocer a la candidata idónea para ser su mujer. Todos lo adoran. Es encantador, fino,divertido, amable, rubio y noble (aristocráticamente hablando). Cae rendida la pobre Sandra Boss, una joven soltera, licenciada en Stanford y en la Escuela de Negocios de Harvard.

A ella, una de las cosas que más le fascina es que no le importe el dinero ni los bienes materiales, sino que se dedique a la filantropía, ayudando a los países del tercer mundo. A poco andar se casan y lamentablemente la familia de él no pudo llegar a la boda. Pero no importa, la fiesta fue preciosa y divina donde la novia fue la única que firmó los documentos matrimoniales. Según algunos medios de EE.UU fue gracias al rito cuáquero, donde no es requisito. Gol de Clark.

Vivieron en exclusivos barrios de la costa oeste a expensas del suculento sueldo de Sandra Boss y él se dedicó con devoción a ser marido y luego padre de la pequeña Reigh Storrow. Según un extenso artículo que publicó Vanity Fair, Rockefeller llegaba a alardear que tenía hasta las llaves para entrar al Rockefeller Center. Por aquella época su personalidad comenzó a jugarle malas pasadas y se tornó posesivo y paranoico llevando su matrimonio casi al fin pero consiguió conquistar a Sandra nuevamente. O al menos eso creyó.

Un día del 2007, Sandra partió de viaje y en vez de una postal a Clark Rockefeller le llegaron los papeles del divorcio. Sin su mujer, el impostor se quedaba además sin dinero por lo que tuvo que vender su colección de autos antiguos y sus cuadros valiosos.

La mujer había contratado además un detective privado y ante el pánico de que lo descubrieran, aceptó perder todo el patrimonio de la pareja incluyendo a la niña a cambio de $481.017.204 y la condición de que se detuvieran los peritajes para investigarlo.

Pero Clark no se iba a quedar así y en una de las tres visitas supervisadas por un asistente social a las que tenía derecho urdió, a base de mentiras, un plan para secuestrar a su adorada hija de cinco años. Mientras paseaban por las calles, una limusina previamente contratada por él se estacionó sopresivamente y el padre y su hija saltaron dentro, arrastrado al pobre empleado nombrado por el juez durante unos metros.

Se bajaron de la limusina después de un rato y con otras mentira mediante consiguió llegar hasta el puerto de Baltimore, donde el pseudo Rockefeller tenía un viejo catamarán. Las alertas ya se habían disparado por todo el Estado en busca de la niña y el FBI aprovechó de rastrear a todos aquellos quienes habían estado en contacto con él hasta entonces ciudadano Clark Rockefeller. Fue allí que dieron con una huella dactilar marcada en la copa de vino que bebió la noche anterior.

Ese pequeño detalle desencadenó la madeja que ha llevado hasta los lugares más perdidos en la memoria del suplantador. Apareció su hermano, del que no sabía desde hacía más de veinte años y la policía busca terminar de atar su vínculo con el asesinato en San Marino. Mientras tanto, a la espera del juicio en el mes de mayo, su ex mujer y su hija han cambiado los nombres y buscan una nueva vida en Inglaterra.

El amigo de la millonaria


La mujer más rica de Francia enfrenta un demanda de su única hija quien pretende conseguir que la incapaciten y así no derrochar el patrimonio familia con su protegido, un artista francés veintiséis años menor que ella al que le ha regalado casi mil millones de euros

Liliane Bettencourt era hasta hace poco la discreta heredera del imperio L’Oreal, la mayor fortuna de Francia, una de las más importantes del mundo. La octogenaria ha sido siempre poco amiga de los escándalos y del protagonismo pero desgraciadamente su nombre baila en la prensa gala desde que se supo que era una de las víctima del asesor financiero Bernard Maddoff y desde que en diciembre pasado su única hija iniciara una agria batalla en tribunales para que se la declare incapaz.

La razón tiene nombre, apellido y cifra: François-Marie Banier, un francés encantador, fotógrafo, pintor y escritor. Un bon vivant a toda regla que bajo el alero y ayuda de su gran amiga y benefactora Bettencourt forma parte de círculo de los más ricos de la nación gala. Los datos que presenta la hija son escalofriantes: entre 2001 y 2007 el artista ha engrosado su patrimonio a punta de seguros de vida, cheques a su nombre, cuadros de Picasso, de De Chirico, Matisse, y un largo e impactante etcétera de regalos finísimos y lujo extremo que lleva a los casi mil millones de euros ($769.604.402.117).

Le Journal du Dimanche consiguió la única entrevista que la anciana ha dado desde que comenzó el escándalo. La mujer no se anda con comprensiones y antes de declarar “Ya no quiero ver más a mi hija”, explica que Françoise Bettencourt-Meyers es de personalidad tímida y que probablemente está celosa, que alguien tan extrovertido como Banier la debe inquietar.

Mientras tanto, la Policía Especializada en Delitos Económicos recava información para el juicio. El patrimonio de Barnier está siendo investigado además de interrogarlo a él y al personal del lujoso palacio donde vive Bettencourt.

El diario El País recogió las declaraciones que distintos empleados hicieron al semanario Le Point, como el siguiente de una enfermera: “Las discusiones eran siempre cuestión de dinero. Él se lo pedía con una insistencia tal que ella al final se enfermaba y perdía el sueño. Una noche de Año Nuevo, en las Seychelles, estaban enfadados porque él le había pedido un cheque y ella se lo había negado. Ella iba a pintarse los labios pero él le arrancó el pintalabios de la mano y lo estampó contra la pared diciendo que ese color no era bonito”.

La contadora fue más lejos: “A finales de 2005, el señor Banier me llamaba por teléfono casi todos los días para pedirme que le dijera a la señora Bettencourt que la quería mucho, pero también que necesitaba dos o tres millones de euros para pagar la piscina y las obras de una casa que se estaba haciendo”.

Los empleados ha descrito la insistencia de Barnier para que Bettencourt no olvidase su chequera antes de salir o caprichos como hacer una viaje relámpago desde las islas Seychelles a París para recoger sus pinceles y poder pintar.

La amistad entre ambos comenzó hace veintidós años atrás, cuando la revista Egoísta envió al fotógrafo a retratar a la finísima cabeza de L’Oreal. Ambos se encantaron y desde entonces no dejaron de frecuentarse.

La vida de Barnier siempre ha estado emparentada a la de alguna anciana millonaria y es allí donde muchos entran a sospechar. Su talento como artista no es menor, incluso Johnny Deep ha declarado que ha sido el único en retratarlo tal como es.

Su vida tiene tintes novelescos. A los 16 años deja su hogar burgués donde ni su brutal padre ni su indiferente madre lo apreciaban. Él tampoco. Comienza una carrera de artista homosexual y vividor que lo hace vincularse con Salvador Dalí, Vladimir Horowitz, Samuel Beckett, Yves Saint Laurent incluso, durante algún tiempo, lleva la prensa de Pier Cardin. Publica novelas, viste de manera extravagante y hasta llega a abordar al futuro presidente Mitterand en la calle y entablan una amistad.

Todos le aman menos la hija de Bettencourt. El fiscal aún no ha decidido si se debe someter a la anciana a una examen psiquiátrico. Pero la mujer no ha dudado en enviarle una carta pública al mismo en defensa de su amigo: “Todo lo que le he dado a François-Marie Banier ha sido por amistad y dentro de una operación de mecenazgo, con todo conocimiento de causa, delante de un notario que ha podido dar fe de mi capacidad. Se trata de sumas significativas si se las toma aisladas, pero son razonables teniendo en cuenta mi situación financiera”.

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