“Vente con tu hermana a mi casa y verás si soy maricón”, respondió el jugador del Barça Zlatan Ibrahimovic a una reportera del corazón que le mostró la fotografía más polémica que recuerden en la historia reciente del club deportivo. Captada por un aficionado, la instantánea muestra al sueco junto a su compañero de equipo Gerard Piqué en una actitud cariñosa, cercana y afectiva. Parecen una pareja de pololos. Se ven tranquilos, uno apoyado en un auto y el otro muy pegado a él.
Y claro, para algunos la imagen no dice nada pero uno no se da cuenta cuan lejos estamos los unos de los otros hasta que se topa con fenómenos como estos. La fotografía de los jugadores del Barça dio la vuelta al mundo en un chasquido. Hasta se creó un grupo en Facebook llamado ‘Yo también me quedé traspuesto/a al ver la foto de Ibra y Piqué’ que duró sólo dos días porque, con la relámpaga adhesión de 28.635 fans, se desmadraron los comentarios homófobos y las administradoras prefirieron cerrarlo.
No quiero entrar a discutir sobre robarle la intimidad a la gente en fotos, ni las respuestas de ambos jugadores desmintiendo todo, ni el morbo mediático generado. De hecho, me da lo mismo si son pareja o si ni siquiera se caen bien.
Desde que estalló el tema, no he parado de pensar en la revista española ZERO, mítica publicación gay que duró desde 1998 hasta 2008 y que cumplió con una labor sociocultural increíble en la visibilidad y normalización de la homosexualidad en España. Sus célebres portadas llevaron hasta al actual presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero, hablando sobre homosexualidad. Pero lo más importante fue la bandera de lucha de sacar del armario voluntariamente a distintos agentes de la sociedad española como al sacerdote José Mantero (“Doy gracias a Dios por ser gay”), a un militar, al cineasta Alejandro Amenábar, a un conocido presentador de la televisión local, al juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlaska, y un largo y valiente etcétera. Pero nunca a un futbolista. Y mira que aquí hay y muchos.
Leí alguna vez que ese era el principal desafío de la publicación. Que no conseguían a que ninguno se animara a salir del clóset. En un país latino con tanto fútbol y donde se han hecho enormes avances en la aceptación, visibilidad y derechos de la comunidad homosexual, es curioso y hasta sintomático que nunca un futbolista haya asumido abiertamente su condición gay (No me vengan con que no hay, ni hubo, ni habrá).
¿Por qué? Quizás habría que entenderlo en términos de mercado. Pareciera ser que es allí, donde los empleados se entienden como mercancías que se venden, se intercambian, se prestan y firman jugosos contratos para ser la imagen de marcas comerciales, no existe la posibilidad de ser como se es. Hay que ser machito de la vieja escuela de cara a la galería, poseer un auto mega moderno y tener una novia modelo infartante (creo que fue Umberto Eco el que las llama “las nuevas prostitutas”).
Es triste pensarlo. Pocos actores sociales entregan la cantidad de alegría e ilusión a nivel global como los futbolistas. Pero algo hay, que la frontera de la honestidad sexual aún no los toca. Se juegan el pellejo en la cancha, son referentes para muchos y tiene el respeto de las masas. Sería un verdadero golazo de media cancha que se atrevieran a dar el paso al frente.
Se lo merecen, cómo se lo merecen.