Gilberto Gil anuncia que dejará de ser ministro de Cultura de Brasil para volver a la música; pero no es ni el primero ni el último de la camada artística al que tienta el poder
Es difícil imaginarse a Paco de Lucía de ministro, a Enrique Vila Matas de candidato a la presidencia o a José María Aznar sacando discos. Pero en Latinoamérica esta práctica no tiene nada de extraño. Es más, la figura del escritor y caudillo o del artista político es de lo más común en el delirante territorio que se extiende entre el Atlántico y el Pacífico.
Cuando el presidente de Brasil Lula da Silva nombró a Gilberto Gil ministro de Cultura, la noticia fue tomada con mucha alegría en Latinoamérica. ¿Cómo mejor puede ser representada y administrada la cultura si no es por un músico veterano que conoces los problemas, fortalezas y debilidades del sistema?
En América Latina hay una necesidad vital de esperanza, una ilusión de alcanzar la felicidad y una convicción de que las cosas se pueden cambiar desde dentro, por los de dentro. El nihilismo es cosa de ricos y todos, tarde o temprano, sienten la necesidad de ayudar a que las cosas mejoren, sobre todo si son privilegiados.
Es el caso de Mario Vargas Llosa al que, con todos sus aires europeos y burgueses, y pese a haber formulado en su magistral novela Conversaciones en la Catedral (1969) la desesperada pregunta «¿Cuándo se jodió el Perú?», quiso cambiar el destino trágico y se presentó a presidente. Mala suerte: perdió por un Fujimori populista que le robó el programa político e, indignado, se exilió en Europa, sacó la nacionalidad española y desde entonces escribe columnas casi satíricas de la realidad de aquella región que lo prefirió escritor. El despecho es, también, un género muy latinoamericano.
Otro ejemplo es Rubén Blades, panameño, bolivariano y salsero extraordinario, creador de obras magistrales de la salsa como Pedro Navaja, Plástico y Decisiones, actor de Hollywood (El mexicano, Abajo el telón) y cómo no, candidato a la presidencia de su país en 1994. Continúa con su doble militancia artístico política y desde el mismo año de la derrota electoral, es el flamante Ministro de Turismo de Panamá. Aunque en rigor en ese país sólo hay un Instituto de Turismo, Blades es una estrella, y él tiene la categoría de ministro.
Presidentes cantantes
Con salsa del maestro Héctor Lavoe respondió el militar Hugo Chávez a un periodista que le preguntaba sobres las críticas a su gestión que habían sido los titulares del día interior. Chávez, comunicador latinoamericano por excelencia, respondió cantando al son que tamboreaba las palmas sobre el escritorio: «Para qué leer el periódico de ayer».
A Abdalá Bucaram, breve presidente de Ecuador, no había forma de bajarlo de los escenarios hasta que lo derrocaron tras un año cantando. Sus ciudadanos lo llamaban el Loco; él se llamaba a si mismo «el loco que ama».
Poetas y escritores
Pero volvamos a los artistas que van a la política. En Chile, por ejemplo, Pablo Neruda, profesor de francés y poeta, fue además cónsul en Birmania, Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires, Barcelona y Madrid y luego embajador en Francia. En 1945 se convirtió en senador por el partido comunista.
En Argentina, el escritor Ernesto Sábato optó por la política y presidió la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, plasmando en dos tomos las atrocidades que sufrió su país durante los seis años de guerra sucia. Nunca más es también conocido como el Informe Sábato y, para muchos de sus lectores, la pesada piedra que terminó de hundirlo emocionalmente.
Aunque estudió literatura hispánica, no fue hasta que lo nombraron Ministro de Cultura de Cuba en 1997 que Abel Prieto se envalentonó con una novela. Antaño había publicado relatos y también es autor de varios ensayos.
El poeta, escritor y escultor nicaragüense Ernesto Cardenal, colgó los hábitos para unirse al Frente Sandinista de Liberación Nacional y en 1979, tras la victoria de la Revolución nicaragüense, asumió como ministro de Cultura, ministerio que tuvo que cerrar ocho años después por falta de dinero.