Hace años, cuando Roberto Bolaño recién había muerto, comencé a entrevistar a todos los amigos que tuvo en Barcelona. Me topé con el poeta chileno Bruno Muntaner, compañero de andadas en el DF Mexicano, los Realviceralistas y luego en Barcelona. Muntaner me contó algo muy curioso, que su padre había hecho un Atlas del Desierto de Sonora que Boaño se zampó con voracidad creadora, trasladando buena parte de sus novelas más célebres hasta esos parajes desolados.
Bolaño nunca fue a ese desierto y sin embargo, según me contó hace unos días el fotógrafo Siqui Sánchez, era “tal como lo pinta en su obra”.
Sánchez es el ojo tras el lente de El Viaje Imposible una maravillosa recopilación fotográfica y literaria de lo que fue el México de Roberto Bolaño. Junto a Dunia Gras y Leonien Meyer-Kreuler recorrieron durante tres semanas Ciudad de Juárez (Santa Teresa, en 2666), el sur de Estados Unidos, Sonora, Chihuaha y el DF mexicano buscando los parajes, fotografiándolos y vinculándolos con la obra del escritor chileno.
Descubrieron, sin embargo, que muchas de las descripciones de sus miles de paisajes no se correspondían a la realidad. Que el escritor era, lógicamente, muy fantasioso. En otros casos no y de allí el título “El viaje imposible”. Pero más allá de ese objetivo y según explica el fotógrafo en su web, el título: “la prioridad no era tanto situar el lugar exacto de una u otra escena, como cruzar el escenario imaginado por el autor con la realidad, para poder sugerir las sensaciones que produce la lectura de sus libros”.
Dunia Gras contó en la presentación que le había preguntado, allá por el ’98, que por qué no volvía a México, un país que lo marcó mucho y donde vivió sus años más salvajes (entre 1968 y 1977). “No puedo arriesgarme a volver”, fue su respuesta.
Muerto su amigo, Gras reunió a otros Bolañianos y emprendieron el viaje que el escritor nunca hizo: su regreso a México. Lo ilustran 100 fotografías y sus debidas lecturas como esta:
“¿Tiempo para qué?, pensó Fate. Tiempo para que esta mierda, a mitad de camino entre un cementerio olvidado y un basurero, se convierta en una especie de Detroit”. (2666, p. 362).
El libro ha sido editado por TropoEditores y actualmente una exposición de 40 fotos de 120 cms., con sus textos referenciales de las obras, dan la vuelta por Europa gracias al Instituto Cervantes.
Es de esperar que llegue a Chile. En tiempos Bicentenarios, creo que Chile, México y España podrían compartir este notable inmigrante.