Pensé en escribir una columna sobre lo agradable de ser adulta y embarazarse en Barcelona, donde mis 37 añitos me hacían pasar como un primor. “Eres joven y estás sana”, me repetían los médicos y matronas al pasar y yo recordaba mi reciente paso por Chile donde la gente, tras someterme al interrogatorio de rigor, me preguntaba por la edad y luego lanzaba un silencio otoñal.
Pero no, voy a contar el parto mismo. En estos días en que el excelente sistema de sanidad público español sufre los terribles recortes económicos que peligran con dejarlo cojo y en desmedro frente al privado, quisiera contar mi experiencia en un hospital catalán y la fortuna de parir aquí.
“La semana previa al desalojo me sometí a tres sesiones de acupuntura -la última rayana en la tortura china-, caminatas nocturnas de 6 kilómetros y hasta tres litros diarios de una infusión de hojas de frambuesa y canela que se suponía mágica. Nada de eso funcionó”.
Tras 42 semanas y tres días de gestación, finalmente nació mi primer hijo en un hospital público de Barcelona una madrugada de marzo recién pasado. Hasta allí habíamos llegado con mi pareja una tarde de domingo con la misión de inducir el parto, que en jerga médica viene a significar un desalojo forzado a punta de proctaglandinas primero y oxitocina después. Nada de parto natural ni en casa ni nada por el estilo.
Todos los esfuerzos para que el parto fuera normal, así como en las películas, con contracciones en la casa seguidas por el rompimiento de aguas y métale más contracciones y respiraciones ad hoc, fueron en vano. La semana previa al desalojo me sometí a tres sesiones de acupuntura -la última rayana en la tortura china-, caminatas nocturnas de 6 kilómetros y hasta tres litros diarios de una infusión de hojas de frambuesa y canela que se suponía mágica. Nada de eso funcionó. Tuve unas contracciones simpaticonas – las bauticé como Baxter Keaton– que no son las oficiales pero al menos algo que a mí me daban ánimos.
Pues íbamos en que llegamos ese domingo a las cuatro de la tarde con el propósito de salir de ahí con un hijo entre los brazos y sin cesárea. ¿Por qué sin cesárea? Pues porque en buen español son un coñazo generalmente evitable, donde se somete a la madre a una cirugía mayor de la que tarda cerca de un mes en recuperarse tras parir a un lactante que la necesita buena y sana. Se sabe que se practican muchísimas más del 15% estrictamente necesario recomendado por la OMS, que la gran mayoría están motivadas porque los médicos las ven como lo más rápido, eficaz y seguro en términos quirúrgicos desoyendo el origen fisiológico del parir.
Además, lamentablemente hay que agregar que como son cirugías les pagan más que por un parto normal, las pueden programar y así ordenar su agenda. Desgraciadamente hay médicos así. Sobretodo en el sistema privado.
El panorama no era muy alentador. Mi cuerpo no estaba por la labor de parir normalmente así que había que estimularlo con drogas sintéticas. A la ausencia de contracciones había que sumarle la casi nula dilatación como para empezar el trabajo de parto, así que el fantasma de la cesárea sobrevoló todo el tiempo. Tiempo que no fue poco, sino que 32 horas en las que conocí cuatro turnos médicos que estuvieron siempre conmigo y mi pareja -ambos primerizos e inmigrantes-, acompañándonos, dándonos información y opciones y sobretodo esperando pacientemente sin sucumbir a la ansiedad del cuchillo fácil, entendiendo que hablábamos de un niño que iba a nacer y que si había esperado más de 9 meses, bien podíamos esperar las horas necesarias mientras ambos estuviéramos fuera de riesgo. Un parto normal siempre sería lo mejor para los dos.
Y así fue. Narrar las 32 horas tiene episodios tan cómicos como gore que no vienen al caso. Es parto mismo fue rápido y eficaz y mi hijo nació sano y contento. No me hiceron la episiotomía (el corte en la zona del perineo) ya que procuraron masajearlo durante el parto para que no hubiera desgarro. Aunque parte rutinaria del protocolo occidental, la episiotomía es necesaria sólamente entre el 10% y el 30% y no hacerla te ahorra problemas que podrían joder el placer sexual por un largo tiempo.
La atención fue de primera y me saco el sombrero por las matronas que son una liga promadre a parte a las que hay que darles todo el poder que necesiten.
Finalmente estamos aquí felices mi hijo, su padre y yo. Felices con poco sueño. Felices pagando impuestos.