Muy pocas veces un cineasta hombre logra retratar el universo femenino. Creo que son ocasiones contadas donde la historia logra eso, ponerse en el pellejo de una mujer, sin maquetas, sin barbies ultra guapas, sin neuróticas plásticas ni lloronas desbocadas. No creo que sea porque no las conozcan, sino que el acento no está en ello. El maestro Éric Rohmer(fallecido a comienzos de este año) nos dejó magistrales películas que consiguieron el prodigio de retratar la incomodidad que habita en la mujeres, esa energía triste, infinitamente más profunda que una simple maña.
Pues ayer ví Madres e hijas (en inglés Mothers and childs) de Rodrigo García. No es el primer trabajo que veo del hijo de García Márquez. Hace muchos años me conmovió con Cosas que diría con sólo mirarla. Luego me alucinó tras la dirección, escritura y producción de capítulos de Six Feet Under, Los Sopranos e In Treatment. En ésta última serie, la apuesta deliberada por la actuación, por el conflicto interno y externo y como se comunica, es magistral. Hay mucha gente es España que me dice que no se la traga, pero ahí opera el factor terapia y así como en el cono sur le sacamos las rueditas a la bicicleta para ir pedaleando al psicólogo, aquí es cosa de locos.
Pues estaba en Madres e hijas y no se asusten que no la voy a contar, sólo una pequeña sinopsis. Es la historia de tres mujeres y cómo enfrentan la maternidad. La primera, Annette Bening, una mujer amarga y desconfiada, marcada por un embarazo adolescente y la posterior dada en adopción de la guagua. Esa niña es ahora Naomi Watts, una mujer marcada por la ausencia parental, sola, fría y controladora, que a los 17 años se liga las tropas para no saber más del tema. Luego está Kerry Washington joven, infértil en el cancino proceso de adopción acompañada de su madre que no alcanza a entender la obsesión maternal de su hija.
Son las historias de tres mujeres marcadas por la ausencia y además por la responsabilidad de la maternidad. Finalmente, si tuviéramos todos los derechos garantizados tanto para abortar, dar a luz o dar en adopción, la maternidad pasaría a ser lo que tiene que ser: un asunto única y exclusivamente de nosotras. Con todo el peso y el simbolismo que conlleva. Aunque suene egoísta, es así de sencillo. Si quiero ser madre puedo hacer mil cosas que el hombre no. Si no quiero serlo, también. La paternidad es maravillosa, pero es tema de otra columna. Y es en esa realidad que se adentra García, dibujando dulces compañeros en nuestro viaje personal lleno de soledad, desasosiego, inseguridad y alegría. Y si bien no me identifico con ninguna de ellas, me las he cruzado muchas veces en la vida y me conmueve poder verlas en una pantalla.
Como decía la madre en Six Feet Under en una de las últimas escenas: “la maternidad es una de las tareas más solitarias”.