LA CACA Y LA NAVIDAD

«¿ESTO ES CULTURA?«, preguntaban horrorizados algunos titulares en Estados Unidos. E incluso las coléricas cartas de los lectores hablaban de «pornografía» y “herejía”. Semejante escándalo en la opinión pública se refería a unas pequeñas figuritas del tamaño de una pieza de ajedrez que se exhibían en el museo de la Copia en el Valle Napa, California. Éstas representaban monjitas, campesinos y figuras más conocidas como el Papa Juan Pablo II y el Viejito Pascuero. Todos en cuclilllas, todos defecando. Ante la puritana sociedad norteamericana -no muy lejana a la nuestra- el horror de ver estas imágenes se acrecentó al saber que son parte del pesebre, de la santa imagen que usa el mundo cristiano para recordar la natividad de Cristo y que se ubican impunes cerca de los pastores, los animales o los reyes magos.

El artista cuestionado, el catalán Antoni Miralda, no entendía nada con tanto escándalo. Tanta batahola por los caganers, aquellas simpáticas figuritas que han adornado los pesebres de los hogares catalanes por los siglos de los siglos y que se compran con toda tranquilidad en la gran feria de Santa Lucia durante el mes de diciembre frente a la catedral de Barcelona. O que se exhiben con orgullo en el ayuntamiento de Figueres o en la colección permanente del Museo del Juguete de Cataluña.

Y con esa inocencia sobre los hombros, el artista radicado en Miami, expuso en enero pasado sus treinta y tantos caganers. Era una muestra llamada “Active Ingredients” que incluía a otros siete artistas contemporáneos. Miralda llenó once envases de soda con distintos objetos encontrados, entre ellos, los caganers. En aquel momento, explicó que en la exhibición de este museo (dedicado al arte, el vino y la gastronomía) «figuran más de 200 objetos míos. Forman parte de una obra en la que trabajo hace años, sobre la comida como cultura. Recojo objetos populares de todo el mundo, ya existentes. Es decir, estos caganers han sido creados por artesanos catalanes. Hay otras piezas mucho más fuertes, como un cráneo humano de Tíbet que era un recipiente para beber sangre”.

Pero eso no le importaba a nadie, menos a la Liga por los Derechos Religiosos y Civiles (asociación que cuenta con 350.000 afiliados) que se lanzó con una iracunda campaña, exigiendo la retirada de las figuritas. A las que definieron como “insultantes, gratuitas e innecesarias”.

William Donohue, presidente de la Liga Católica, manifestaba: «No entiendo por qué motivo tiene que escoger al Papa y a unas monjas defecando para mostrar su aprecio por la madre naturaleza». Y a hasta Fidel Castro aparecía en la muestra pero nadie reclamó por él en particular.

Miralda se defendía recordándoles que hasta en el mismísimo Metropolitan Museum aparece el caganer, en una colección de pesebres. Pero nadie ni nada calmaba a la Liga que dentro de sus argumentos estaba que el museo recibía un porcentaje bastante grande de donaciones públicas y que si no sacaban esas figuritas, los denunciaban por mal uso de esos fondos.

Tanto escándalo por este simpático personaje que nunca ha molestado a la iglesia católico-romana de Cataluña. Donde hay hasta una Asociación de Amigos del Caganer que cuenta con 75 miembros, entre ellos, don Marti Torrent que en su colección particular posee seiscientas de estas figuritas. Donde cada año se espera con ansias la llegada de los nuevos e ingeniosos modelos alusivos a los personajes que han hecho noticia durante el año. Fue así que en diciembre pasado arrasó Osama Bin Laden y para este se espera que aparezca el presidente de Estados Unidos, Toni Blair o Berlusconi.

Hay que entender que el caganer no pretende, bajo ningún motivo, restar protagonismo a la escena de natividad, sino que sencillamente, para el imaginario catalán, es parte del cuadro.

¿La razón de su existencia? Muy sencillo, con su buena acción fertiliza la tierra para que sea mejor el año siguiente. Es abono para enriquecer el suelo y proporciona prosperidad.

El caganer literalmente vendría a significar “el cagón”. Como ya se ha dicho, está presente en todos los pesebres de la comarca y originalmente siempre ha sido un campesino en cuclillas, pantalones abajo y que está haciendo caca feliz de la vida. En general se le suele situar en una zona alejada del pesebre, detrás de un arbusto, por ejemplo, y la costumbre es que la gente busque en cada pesebre dónde está escondido.

Los orígenes de esta singular tradición son bastante imprecisos. Aunque existe un libro llamado “El Caganer” de los escritores Jordi Arrua y Josep Mañà, que pareciera ser el más riguroso y que sitúa la aparición de este personaje durante el siglo XIV. Aquí se encuentran una de las primeras representaciones de la célebre figurilla esculpido en piedra, agachado y con las calzas bajadas. Luego, dicen los autores, es un personaje común en iglesias románicas y góticas de toda la Península Ibérica, como en la catedral de Ciudad Rodrigo donde en el siglo XVII pasó a los azulejos pintados. Durante la misma centuria, es también el relieve de mármol «La Mare de Déu i la Muntanya», donde el «caganer» aparece en un recodo del camino.

Desde entonces su aparición se hace sistemática en los belenes catalanes, pero no es hacia 1940 cuando la creatividad, el ingenio y la mentalidad mercantil, comienzan a tomar forma y se multiplican las versiones. Además del simpático campesino cagón, aparecen guardias civiles, reyes magos, el viejito pascuero, monjas, pastores, jugadores del Barça o el Espanyol, brujas, negros, legionarios romanos, bomberos o los tradicionales ‘castellers’ (pirámides humanas típicas de la región para las fiestas de la Mercé, patrona de Barcelona), todos ellos realizando la misma acción defecadora.

Generalmente se hacen en arcilla pero últimamente ya empiezan a verse versiones en plástico, más aptas para decorar la casa graciosamente todo el año sin miedo a que se rompa. Ya que el caganer es locura para los niños.

Pero para los catalanes el cuento escatológico y la Navidad no terminan aquí. Existe otra tradición llamada el “caga tió”, que es un tronco que para la Nochebuena regala dulces a los niños. En estricto rigor, los caga. De origen pagano, esta tradición es quizás más antigua que la del “caganer”. El “tió” es un tronco del tamaño de un leño de chimenea al que se le cubre con una tela y que la familia lo va “alimentando” todos los días. Mientras más alimentado, mejor caga. Hasta que llega el día de Navidad y después de la Misa del Gallo los niños -armados de palos- golpean al “tió” cantando la siguiente canción: “¡Tronco de Navidad caga turrones y mea vino blanco! Humo, humo, humo, puja chimenea hacia arriba, que vendrá un capellán, y nos dará peces y panes y una calabaza de vino para hacer un buen camino, ya vienen burros y vacas y pollos en zapatos. Cantemos, cantemos muchachos que el tió hará turrones. ¡Tronco de Navidad, caga turrones y mea vino blanco!”Tió de Navidad no cagues arenques que son salados. Caga turrones que son bien buenos y caga naranjas que son bien dulces.

Turrones bajen del Cielo por la Virgen María has que lloren, no Dios, por la madre de Dios. Tronco de Navidad, caga turrones, mea vino blanco, no cagues arenques que son demasiado salados”. Después de esto, se levanta la tela y el tronco ha “cagado” los regalos.

Antiguamente éste daba castañas y turrones, pero en el siglo XXI tiene que defecar Playstations, mountain bikes o barbies. La tradición del “caga tió” no excluye al Viejito Pascuero o a Los Reyes Magos, quienes llegan a comienzos del siguiente año.

Hay algunos que han tildado a los catalanes de coprofílicos, ya que su obsesión escatológica no se reduce a estas dos tradiciones. Pero, en verdad, tienen una relación mucho más abierta con el tema. No es extraño ver a alguno pidiendo el periódico en un restaurante para llevárselo al baño. Sin ir más lejos, uno de los artistas más relevantes del siglo pasado, el catalán Salvador Dalí, horrorizó a André Bretton y compañía al plasmar una defecación. Incluso es sus memorias recordaba cómo gozaba de niño al mantener a toda su familia en vilo porque se negaba a defecar durante días. Tanto darle vuelta al asunto lo llevó a repetir hasta el cansancio, que el secreto de la longevidad está en «Dormir molt, menjar poc i cagar bé» (“Dormir mucho, comer poco y cagar bien”). Y ojo, que este hombre vivió muchos años.