La gran tragedia italiana

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Son los Kennedy de Italia y su vida está llena de intrigas, glamour, suicidios y millones: con ustedes la última pelea de los Agnelli

«Lo amo, su majestad, por nuestro vínculo, ni más ni menos», fue la frase que Cordelia, la hija honesta, sensata y noble del rey Lear dijo a su padre, desatando la paranoia y el desaire del monarca, que la desheredó en favor de sus hermanas. Shakespeare retrataba así, en el año 1605, un drama entre herederos poderosos y un alma sencilla. El dramaturgo no quería hablar de herencias pero con este ejemplo, como Sísifo condenado a cargar una roca, arrojarla y empezar otra vez, los herederos de grandes fortunas (y de migajas también) están condenados a pelear eternamente.

Como la familia Agnelli. La fortuna en juego es la de un hombre conocido como el monarca no oficial de Italia: Giani Agnelli. Un millonario excéntrico, ególatra y poderoso que llegó a amasar una de las fortunas más grandes del mundo, un imperio tan vasto como intrincado a la hora de hacer la declaración.

En esta historia de herederos y vencidos, está en juego un patrimonio estimado entre los 1.883.353.837 € y los 3.139.307.149 €, además de vínculos de sangre que involucran a la abuela, la hija y a sus nietos. Todo esto, a un ritmo de la Italia del norte, más cercano al vals que a la tarantella, pero con ese mantra italiano de «no he escuchado nada, no he visto nada y no he dicho nada».

La heredera marginada

La guerra la empezó Margherita Agnelli, la única de los dos hijos que tuvo el dueño de la Fiat que queda viva. Reclama toda la información acerca del patrimonio de su padre a través de una demanda legal contra su familia. Y, haciendo honor a su tiempo, además de abogados ha contratado a un equipo de comunicaciones, que llevado la historia hasta el Wall Street Journal y al resto de medios de primera fila en Europa.

Su rabia se desató en julio de 2003, seis meses tras la muerte del patriarca, cuando supo que el testamento había sido abierto sin ella estar presente y que su madre, Marella, donaba sus acciones a su nieto, John Elkann, hijo mayor de Margherita y cabeza del imperio desde los 20. De un plumazo Marella se saltaba una generación, enfrentando a madre y a hijo por un pastel de millones.

En un extenso artículo de la edición de agosto, Margherita contaba a Vanity Fair que su madre nunca le explicó por qué había tomado esa desición. Los consiglieri del clan le respondieron que todo estaría en orden, que era sólo para garantizar que su hijo John sería la cabeza del imperio, como rezaba la voluntad de don Gianni y que nada le faltaría a los otros dos hijos que tuvo con su primer marido, Alain Elkann: el playboy, metrosexual y bon vivant Lapo y la cineasta Ginevra.

Pero los cinco hijos que tuvo con su segundo marido, Serge de Pahlen quedaban fuera del trato. «¿Por qué?», preguntó ella. Y nadie contestó.

Por ahí no te metas

Margherita, una mujer de 52 años que siempre se ha mantenido al margen tanto de las actividades financieras de su familia como de las mediáticas, decidió entonces que quería saber lo que nunca había sabido: el detalle completo del patrimonio de su padre. A partir de aquí, las cosas empezaron a complicarse entre los miembros de la familia. Sus hijos Elkann la evadían al igual que su madre.

Según ella, eso fue lo que la animó a firmar un armisticio en marzo de 2004, donde vendió a su hijo John su parte de Diciembre, la empresa donde la familia concentra su dinero gracias a grandes esfuerzos de ingeniería legal delicada.

Dicembre concentra Giovanni Agnelli & Company, que a su vez controlan otro holding llamado I.F.I.L donde está el 30% de Fiat, que es dueña de Fiat Auto, Alfa Romeo, Maserati y la mayor parte de Ferrari, más el club Juventus, el banco más grande de Italia Intesa Sanpaolo y la inmobiliaria de EEUU Cushman & Wakefield. Entre otros.

Depósitos secretos

El mismo año en que Margherita firmó ese documento y tras 22 años trabajando para la Fiat, su marido Serge de Pahlen, fue despedido sin explicación. Al mismo tiempo, ella recibió un depósito de 109.685 .000€ en su cuenta de Suiza de procedencia desconocida. Dos años después y tras una investigación pagada para saber el origen del dinero, el banco en Suiza declaró: «Hemos sido advertidos por el dueño de la cuenta… no revelar ningún detalle adicional relativo a este pago».

Margherita decidió contratar los servicios de un abogado para ordenar lo que sería su propia sucesión, por lo que pidió a los consejeros del clan un detalle completo de la fortuna de su padre. En octubre llamó a su hijo Lapo para desearle feliz cumpleaños pero él le contestó que no podía hablar con ella hasta que hicera la paz con la familia.

Tres días después Lapo fue ingresado con una sobredosis de cocaína y heroína en el piso de una prostituta transexual de Turín. No se murió de milagro.

Los tres consiglieris

Sus familiares intentaron durante mucho tiempo convencerla para que desistiera en su intención de conocer la totalidad del imperio. Era cuestionar a los consiglieris, los tres hombres de mayor confianza de la familia, que ayudaron a los Agnhelli a construir su fortuna y a salvar a la Fiat de la ruina en 2005.

Gian Luigi Babetti, Franzo Grande Stevens y Siegfried Maron lograron lo que The Economist llamó «el golpe ingenioso» para que la familia no perdiera el control de la firma, arriesgando sendas multas de 5 y 3 millones de euros por parte del organismo que vigila la transparencia en las actividades financieras.

Aún así, Margherita continuó su pelea y en enero de este año se abrió oficialmente su demanda, a puerta cerrada en Turín. Su octogenaria madre ha tenido que declarar, sus hijos ya no le hablan, sus primos la evitan y no es bienvenida ni en los funerales. Pero ella está decidida a seguir adelante. No terminará como su hermano Edoardo, quien desbarrancó su Fiat Croma en el Puente de los Suicidas en Turín, tras una vida de adicciones, conversión al Islam y renuncia a su herencia.

El resto, a diferencia de ella, evita hablar a la prensa. Los asuntos de familia se quedan en la familia.

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