Cosmopolita y catalanista, frívola y rebelde, vanguardista y decadente, la ciudad más europea de España es un puerto de espaldas al mar convertido hoy por hoy en un centro de efervescencia social y cultural. Cada año recibe miles de estudiantes extranjeros, inmigrantes con o sin papeles y aventureros que apuestan por esta ciudad como escenario para sus delirios.
David es un alemán de 25 años que busca cómo ganarse la vida en Barcelona. Llegó hace un tiempo y entre copa y copa se le acabaron los ahorros y los seguros sociales por ser estudiante, estar desempleado, vivir lejos, tener menos de 26…en fin, todo el abanico benéfico de los países ricos. Cada mañana sale de su departamento en el Gótico, (que comparte con otros cuatro extranjeros: “Otra alemán (sic), un americano y un polisexual”) llega a la Rambla, se embadurna de pie a cabeza con barro, se enfunda unos bermudas de piel sintética y se amarra una antena en la cabeza. Luego camina como robot en un radio de no más de dos metros. Los turistas lo miran absortos y le tiran unas monedas. Junto a él están el Che Guevara, inmóvil, furioso, con el brazo en alto y un puro en la boca; una especie de Chaplin leyendo el diario, sentado en un WC y que puja cada vez que le dan plata y un argentino pintado de azul polar, metido en un refrigerador, que tirita por unos céntimos de euro. Hay otro bien asqueroso que se pasea entre la multitud y de pronto “¡Burp!”, les eructa al oído. Increíblemente la gente se ríe y le da plata. Los más famosos –lejos- y los que ganan más son Los Beatles, y son chilenos.
Como David hay miles de jóvenes que se buscan la vida en esta ciudad y que vinieron porque les llegó el rumor que algo pasaba aquí. “Cuando me vine ni sabía que Barcelona tenía mar”, cuenta Marion, otra alemana de veintitantos que entre cortometrajes experimentales trabaja de camarera, hace un número en Plaza Real junto a David, dirige una coreografía que presenta en un teatro okupa y de paso va aprendiendo el idioma.
Hasta los franceses, ombliguistas por definición, le acaban de dedicar una película a BCN, “El Albergue Español”, que se encuentra entre las más vistas de ese país. Un filme que también podría llamarse “La Ciudad del Buen Rollito”. Allí se cuenta la vida de un joven francés que llega a Barcelona por una beca Erasmus (lo más parecido a un año sabático auspiciado por la Unión Europea) y comparte piso en el Gótico con otros estudiantes extranjeros. Van de copas, se enamoran, salen a bailar a La Paloma, toman sol en Barceloneta…La vida que llevan muchos de los que viven en el Gótico, el Borne y últimamente en el Raval, los tres barrios más atractivos y con más marcha de BCN.
Los mismos donde conviven los heroinómanos y sus perros pulguientos, vagabundos que duermen en los cajeros automáticos, prostitutas latinoamericanas y de Europa del este, catalanes que reivindican su derecho a dormir tranquilos descolgando pancartas furiosas que reclaman DRET AL DESCANS! Y un sin fin de paquistaníes con almacenes que no cierran ni para Año Nuevo y que además sirven de centros sociales para una colonia que ha hecho de Cataluña su principal destino (el 98% de los pakquis de España viven en esta región). Todo esto intercalado con boutiques de diseño de autor con dj’s invitados, peluquerías cool, bares con ambiente, discotecas y música hip.
Entre las pequeñas y serpentiantes calles, pasean los turistas que constantemente sufren robos de billeteras, cámaras y bolsos. La mayoría de estos ladrones son menores de edad marroquíes, “chulos del barrio” o derechamente drogadictos que aprovechan su habilidad frente al despite e inocencia turística.
La mayoría de los catalanes no vive en el centro. Prefieren el Ensanche o antiguos pueblos “tragados” por el crecimiento de la capital, como Gracia o Sants, que están igualmente forrados de bares y pequeñas plazas. Sobretodo Gracia, que últimamente se transforma en otro foco activo de vida nocturna.
Los catalanes tienen fama de serios, trabajadores y parcos. Y es cierto. Pero no por eso lo pasan mal. Cierran de dos a cinco para almorzar, nadie trabaja los domingo y cada tanto en tanto organizan fiestas de barrios donde conviven todos: niños, viejos eternos, jóvenes, punks, gays escandalosos… y nadie se asusta, nadie se mira en menos, nadie se pone a destruir la ciudad, ni la policía llega a cerrar la fiesta.
La primera frase con la que uno se topa al relacionarse con un catalán es “tu matexa” (“tú mismo”). “¿Qué es mejor, ir en metro o autobus?” “Tu matexa”; “¿Cómo funciona esto?” “Tu matexa”, “¿Puedo entrar por la ventana?” “Tu matexa”. Al principio choca y suena descortés e indolente. Pero poco a poco te vas enterando la filosofía que hay detrás y que explica por qué BCN es lo que es. Una ciudad en lo que puedas hacer lo que quieras, puedes ser tu matexa si te despabilas. No es gratuito que el movimiento gay se concentre principalmente en esta ciudad y que las parejas homosexuales caminen de la mano sin problema. Tampoco que Barcelona haya sido el centro anarquista durante la historia de España y por lo mismo es común ver rayados como “NI DIOS NI PARTIA NI PATRON!”. Además el movimiento okupa es mayoritario aquí y en algunos casos, han pactado con los ayuntamientos y las casas tomadas se han abierto a la comunidad como centros cívicos administrados por estos jóvenes.
Históricamente ninguneados por Madrid, los catalanes miran orgullosos el vigor de su BCN que va desplazando a la capital española como motor cultural. Muchos artistas de gira por Europa ya sólo pasan por BCN, Madonna inició su último tour mundial en esta ciudad y el director Peter Greenaway (El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y su Amante”) rueda por estos días su última película. Además de Manu Chao, que vive en el Gótico y otras exquiciteses como Lou Reed y Laurie Andreson recitando poesía para un público no superior a las 200 personas. Almodóvar y su premiada “Todo Sobre Mi Madre”, rodada aquí y declarando que “Barcelona es mucho más europea que Madrid”.
También están los festivales como el Sónar, una de las principales vitrinas de lo último en música electrónica, o el Grec, un festival de teatro que dura todo un mes y congrega a figuras de la talla de Peter Brook (de los pocos maestros teatrales aún vivos). Ambos eventos son financiados por el gobierno autónomo de Cataluña.
Volvamos al centro, de plaza Cataluña hacia el mar nace la Rambla “la única calle del mundo que desearía que no tuviera fin”, según García Lorca. Una especie de síntesis de esta ciudad y columna vertebral del distrito de Ciutat Vella que alberga al Borne, el Gótico y el Raval. Aquí la ciudad no duerme. Se come bien en el paseo del Borne, la calle Marqués de Argentería o las callejuelas cerca del Museo Picasso. De bares por el Gótico, están bien las calles Avigno y Ample y Plaza Real para comer, bailar y beber. Quizás entrar al Moog, un club electrónico que está abierto todos los días de la semana, más tarde ir a la Paloma, un viejo salón de bailes en el Raval o quizás el DOT, otro buen club. También está La Concha, un bar gay que reverencia la figura de Sara Montiel por todas las paredes. Un listado sería interminable y estéril porque es cosa de perderse por las calles.
Tanta fama y marcha repercute en los precios y si hace cinco años el arriendo de un piso bordeaba los 250 euros mensuales, entre el boom y la nueva moneda se han disparado hasta los 1000 euros por un piso oscuro, chico y húmedo. Ya lo advierten los catalanes: “Barcelona es buena si la bolsa suena”.